«Todo era para dejar de estar solo. Porque, en el fondo, La noche negra es mi soledad abismal.»
He leído pocas novelas de Agatha Christie, ninguna significativamente impresionante como para elevarlo al podio de mis libros favoritos, pero no por ello puedo menospreciar la calidad narrativa de la autora y debo confesar que los giros que daba a las historias eran muy difíciles de anticipar, lo cual los hacían muy satisfactorios. Agatha Christie es la referente de novela policial y de misterio, cualquiera que guste de este género tiene como obligación leer a esta escritora para conocer lo que verdaderamente significa. Dicker, en «La desaparición de Stephanie Mailer» es un aire fresco con aroma vintage, que trae a la memoria un tono muy a lo Christie en una época contemporánea.
Joël Dicker es un autor de origen suizo que escribe en francés. Joven revelación al que podemos etiquetar generacionalmente como millennial; y que empezó temprano en el mundo de las letras, obteniendo algunos importantes reconocimientos. Aparte de ser escritor, ha sido editor en una revista y tomó clases de actuación: profesiones que, al conocerlas, las refleja en los personajes que intervienen para dar respuesta a «La desaparición de Stephanie Mailer».
Joël Dicker es un autor de origen suizo que escribe en francés. Joven revelación al que podemos etiquetar generacionalmente como millennial; y que empezó temprano en el mundo de las letras, obteniendo algunos importantes reconocimientos. Aparte de ser escritor, ha sido editor en una revista y tomó clases de actuación: profesiones que, al conocerlas, las refleja en los personajes que intervienen para dar respuesta a «La desaparición de Stephanie Mailer».
He aquí la sinopsis:
«La noche del 30 de julio de 1994, la apacible población de Orphea, en la región de los Hamptons, asiste a la gran apertura del festival de teatro. Pero el alcalde se retrasa... Mientras tanto, un hombre recorre las calles vacías buscando a su mujer, hasta hallar su cadáver ante la casa del alcalde. Dentro, toda la familia ha sido asesinada. Jesse Rosenberg y Derek Scott, dos jóvenes y brillantes policías de Nueva York, resuelven el caso. Pero veinte años más tarde, en la ceremonia de despedida de la policía a Rosenberg, la periodista Stephanie Mailer lo afronta: asegura que Dereck y Jesse se equivocaron de asesino a pesar de que la prueba estaba delante de sus ojos, y afirma poseer información clave. Días después, desaparece.»
Este libro estaba casi fijo en los anaqueles de las librerías y tenía un título sugerente que invitaba a tomarlo. Generalmente investigo a un autor, a cualquier título previo a comprarlo, hay demasiada oferta como para arriesgarse por algo completamente desconocido; sin embargo, la editorial de esta novela es Alfaguara y de ella he obtenido muy buenas sorpresas en el pasado. Aunque alguien me comentó que ya no es lo que solía ser. Desde que la había adquirido Penguin Random House, Alfaguara se ha decantado por publicar libros que se vendan, sin importar la calidad narrativa o su aporte literario. Me parece que Joël Dicker figura en ese grupo de libros que se venden.
La sinopsis de «La desaparición de Stephanie Mailer» tiene toda la catadura de ser una novela negra. Unos asesinatos cruentos e impactantes que se creían resueltos en el pasado, pero que de alguna manera trascienden al presente, un lugar y población apartada o lejana, detectives retirados con complejos traumas personales, pistas que se habían desestimado, que confunden o cambian, nueva evidencia, nuevos asesinatos, secretos y mentiras por doquier. Sin embargo, todo queda en la apariencia porque desde los primeros capítulos se deja sentir como una novela policial, quizá bastante extendida en la cantidad de páginas y personajes, pero una novela policial a fin de cuentas. Si buscáis una novela negra, buscad en otra parte.
Inicialmente la historia transcurre en dos tiempos, el presente situado en el 2014 y el pasado, en 1994. El primero es en primera persona; el otro, en tercera. No obstante, con el transcurrir la novela y en la medida que más personajes son incorporados, hay más tiempos y microrrelatos insertados dentro de los capítulos principales. Afortunadamente Dicker, condescendiente con el lector, pues esta novela dista mucho de ser lectura de una noche, agrega un apéndice de los principales personajes (como suele hacerse en las obras de teatro). Esto ayuda mucho cuando después de algunos días se retoma la novela y uno busca recuperar el hilo argumental y recordarse quien es cada personaje.
Dicker dedica mucho esfuerzo en desarrollar cada personaje en la novela, en crearle un trasfondo, aunque eso nos aparte del asunto principal, la desaparición de Stephanie. Si bien es cierto que la profundidad de los personajes es importante, no existe obligación de crearles un pasado muy descriptivo a casi todos, bastaba con darles una personalidad y motivación muy puntual, y esto es porque le quita el ritmo a la narración. Además, debo mencionar, de que en muchos de estos personajes de nada sirvió la profundidad que se pretendió darles, si al final los hizo hacer lo que la narración exigía que hicieran, muchos de ellos se convierten en la negación de sí mismos realizando acciones o tomando decisiones completamente absurdas e incoherentes a la personalidad predefinida. Ya no solo tenemos una desaparición y crímenes del pasado, sino que tenemos trata de blancas, violaciones, corrupción, conspiración, encubrimiento, fraude, infidelidad, drogadicción, bullying, suicidio, secuestro, vandalismo, abuso, robo, incompetencia, locura, y agrego un etc., por si acaso olvidé a algunos. Toda una caja de pandora.
A favor tengo que decir que a pesar de lo cargado que está en temas y personajes, la novela nunca se siente pesada. Se deja leer fácilmente. Hay muchos giros y sorpresas, algunos se sienten forzados, otros obvios y unos cuantos definitivamente inesperados. Dicker sabe cómo crear expectativa, y vaya que sí lo logra, lamentablemente eleva tanto la vara que cuando la intenta saltar, no lo logra y cae tan estrepitosamente que uno lleva las manos al rostro en señal de incredibilidad y negación.
El hecho de que la narración la hiciera cerca de los Hampton, Estados Unidos, siendo Dicker un danés francoparlante, no le hizo bien a la historia. He leído novelas negras y policiales de autores europeos que se limitan geográficamente a su país, eso les da ciertas ventajas: conocen tradiciones locales, procedimientos policiales e incluso el sistema de leyes no les es incomprensible, por lo que sus personajes se desenvuelven bastante bien. Aquí, para empezar, debemos ignorar completamente la forma de operar de los departamentos de policía de los Estados Unidos según lo que hemos visto en series y documentales forenses, y hacerlos más parecidos a como se ven en las películas de Hollywood. No entraré en detalle del perfil psicológico del asesino y sus motivaciones, porque sería contar demasiado y lo convertiría en un spoiler, simplemente diré que es un patético fiasco.
La desaparición de Stephanie Mailer es una novela que entretiene, que engancha, que capítulo tras capítulo invita a saber más. Es como una de esas series de donde cada persona tiene sus momentos en pantalla, en donde estamos al pendiente de todos los acontecimientos y que mientras se acerca el final nos preguntamos si una hora será suficiente para cerrar todos los arcos argumentales. Dicker aquí fue un estupendo malabarista, que cada vez pedía que le tiraran otra clava, y que estas mientras estuvieran en el aire, era un espectáculo estupendo. Pero siempre hay que terminar. En era hora de concluir se le caen todas. Así se siente esta novela. Me siento un tanto invadido de contar el final, pero prometí no hacer ningún spoiler. Dicker tenía estupendas premisas, los personajes seguían un curso, quizá no bueno, pero aceptable, incluso algunos plausibles. Todos finalmente convergieron y resulta que no tan bien, allí es donde empieza a forzar las cosas al punto de que, si uno se detiene a pensar, todo es un sinsentido e incluso la desaparición de Stephanie Mailer, innecesaria.
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