«Se había abierto un horno en el espesor del muro. Ardía en él un gran fuego que llenaba el antro de rojas reverberaciones y despojaba de todos sus destellos a una miserable vela colocada en un rincón. El rastrillo de hierro que servía para cerrar el horno, levantado en aquel momento, sólo dejaba ver, en el orificio de la boca llameante abierta en el muro tenebroso, la extremidad inferior de sus barrotes, como una hilera de dientes negros, afilados y espaciados, que hacían que el horno se pareciese a una de esas fauces de dragón arrojando llamas, de que hablan las leyendas. A la luz que salía por aquella boca, la prisionera vio, alrededor de la estancia, unos espantosos instrumentos cuyo uso no comprendía.»
Victor Hugo fue un prolífico escritor francés del siglo XIX. Destacó en poesía, novela y drama. Obras de teatro como Cromwell y Hernani lo situaron en el movimiento romántico francés; no obstante, fue Los Miserables, publicado en 1862, que lo consagró en definitiva como uno de los más grandes escritores franceses de la historia. Además de su labor literaria, Victor Hugo participó en la política. Se opuso a la pena de muerte y apoyó causas humanitarias. Se exilió voluntariamente en las Islas del Canal durante el Segundo Imperio de Napoleón III. Allí escribió obras como Los Trabajadores del Mar y Los Cuentos de Guernsey. El estilo literario de Victor Hugo resalta por su atención al detalle histórico y exploración de la psicología humana. Su prosa vívida evoca atmósferas y paisajes de la Francia que pueden extrapolarse a la realidad europea del siglo XVIII y XIX. Victor Hugo falleció en 1885 en París, dejando un legado literario influyente que trasciende el tiempo y las fronteras.
Nuestra Señora de París, publicada en 1831, es una novela que encarna el romanticismo literario. Su trama hierve con pasiones intensas, explora los deseos más fervorosos y se consume en la tragedia humana. A sus 29 años, Victor Hugo crea una historia medieval que pone el protagonismo en personajes marginados como el jorobado Quasimodo y la gitana Esmeralda. Sin embargo, debo señalar que también se torna excesivamente detallista en las descripciones de París, especialmente de la catedral, que es el corazón de la ciudad y un elemento que, incluso, determina la trama. La historia de Nuestra Señora de París es ampliamente conocida, pero he aquí la sinopsis para recordarnos un poco de qué va:
«En el París del siglo XV, con sus sombrías callejuelas pobladas por desheredados de la fortuna y espíritus atormentados, la gitana Esmeralda, que predice el porvenir y atrae fatalmente a los hombres, es acusada injustamente de la muerte de su amado y condenada al patíbulo. Agradecido por el apoyo que en otro tiempo recibió de ella, Quasimodo, campanero de Nuestra Señora, de fuerza hercúlea y cuya horrible fealdad esconde un corazón sensible, la salva y le da asilo en la catedral.»
La novela transcurre en 1482, lo que significa que Victor Hugo realizó una profunda investigación y documentación para retratar la sociedad parisina de tres siglos y medio atrás. Esto convierte a Nuestra Señora de París en una de las primeras novelas históricas. Además, es interesante mencionar que Victor Hugo se impresionó por cómo en su época se estaban demoliendo construcciones históricas sin mayor consideración. De ahí su dedicación a detallar la arquitectura de París en la obra, deseando que el lector parisense del siglo XIX amara la ciudad y sus edificios emblemáticos, que parase esa barbarie destructiva. En la obra, aunque no hay un personaje histórico propiamente dicho como normalmente ocurre en las novelas históricas, Claude Frollo está inspirado en Jacques Coictier, quien fue médico y consejero del rey Luis XI de Francia en la vida real. No obstante, es importante destacar que la propia Catedral de Notre Dame es tan relevante que no solo da nombre a la novela, sino que actúa de alguna manera como protagonista. Las meticulosas descripciones de su arquitectura gótica crean una representación vívida en el lector. Victor Hugo creo con esta novela el mejor panfleto turístico para París.
Como es común en las novelas del romanticismo, la narración en Nuestra Señora de París se caracteriza por un estilo literario que fusiona la narración en tercera persona con un enfoque minucioso en la descripción de escenarios, personajes y emociones. La narración omnisciente nos permite como lectores adentrarnos en los pensamientos y emociones de los personajes, otorgando profundidad a sus personalidades y motivaciones. Lo que distingue a Nuestra Señora de París es, sin lugar a dudas, la atención meticulosa a los detalles y la descripción del telón de fondo en el cual se desarrollan los acontecimientos, con un enfoque particular en la catedral. Esto crea una atmósfera singular que se asemeja más a un documental, especialmente cuando Victor Hugo brinda detalles históricos, culturales y arquitectónicos. Cuando no está deliberadamente inmerso en la descripción, el autor fluye con una prosa rica en imágenes y metáforas, dando vida a un mundo vívido y palpable.
Hace unos meses, terminé de leer Los Miserables, escrito por un Victor Hugo mucho más experimentado, versado y, por supuesto, mayor. Hay una diferencia de más de tres décadas entre una novela y la otra. Sin embargo, esto no impidió que mis expectativas fueran bastante altas y que, de cierta manera, se vieran traicionadas. Los Miserables es una novela de más del doble de extensión, pero Nuestra Señora de París se siente más larga debido a la atención al detalle en las descripciones. Esto no significa que sea un defecto; he leído novelas donde se dedican más de treinta páginas solo para describir el interior de una habitación. Sin embargo, más allá de aplaudir la versatilidad de la pluma, son las acciones de los personajes, sus pensamientos e incluso las digresiones del narrador o sus elucubraciones, lo que enriquece la lectura. Si Nuestra Señora de París hubiera sido escrita después de Los Miserables, probablemente la trama no habría cambiado, pero las reflexiones habrían sido más abundantes, más profundas.
Destaco que la novela contiene escenas que se graban indelebles en la mente del lector, como cuando Quasimodo es azotado y Esmeralda es la única en socorrerlo, o cuando Quasimodo rescata a Esmeralda y la refugia en la catedral, por mencionar solo dos ejemplos. Los personajes son símbolos de contrastes notables. Esmeralda, una gitana hermosa y joven de noble corazón, exhibe también inocencia e ignorancia. Por otro lado, Claude Frollo, archidiácono y erudito, crió a Quasimodo desde niño y lo educó, sin embargo, su obsesión lo corrompió con malicia, llevándolo a cometer atroces actos sin remordimiento ni culpa. Además, está su hermano menor, Claude Frollo, y el capitán Phoebus, que debería exudar gallardía, pero finalmente nos repugna no por su cobardía, sino por su perfidia.
Para concluir, Nuestra Señora de París es una novela recomendable. Puede que hayamos visto adaptaciones teatrales o películas, pero nada se compara con la experiencia de la propia novela. Aunque el énfasis en los detalles arquitectónicos pueda desorientarnos o, posiblemente, interrumpir la fluidez de la trama principal, si logramos superar esto, nos encontraremos con una historia que vale la pena leer y que demuestra por qué ha permanecido vigente casi dos siglos después. Quasimodo es el héroe trágico con el que nadie, en primera instancia, querría identificarse, pero que termina por ganarse los corazones y las lágrimas de todos, sin caer en un melodrama empalagoso ni cursilería. Es probable que Victor Hugo no tuviera la intención de impartir lecciones morales, pero lo logra con maestría, a pesar de no haber alcanzado, en ese momento, aún los treinta años.
«Toda civilización empieza por la teocracia y termina por la democracia.»
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