sábado, 28 de marzo de 2020

SIDI de Arturo Pérez-Reverte


«La guerra era aquello, se dijo Ruy Díaz de nuevo: nueve partes de paciencia y una de coraje. Y más temple era necesario para lo primero que para lo segundo. Más fatigas daba. En diecisiete años de pelear había visto a hombres de valor probado en las batallas, a guerreros temibles, desmoronarse cuando la espera se prolongaba demasiado. Ser vencidos de antemano por la tensión. Por la incertidumbre.»
Rodrigo Díaz de Vivar es una figura histórica que reúne el heroísmo, la caballería y la galantería castellana como ningún otro antes ni después de él. Sobre las victorias y hazañas de Ruy Díaz declamaron los poetas y cantaron los bardos en todo el Medievo. Si Inglaterra tuvo un mítico Rey Arturo, España se lució con su Cid Campeador. Ruy Días nunca tuvo corona, pero fue un señor conquistador. Nunca tuvo ejército, pero su mesnada era suficiente para asediar y tomar ciudades.

Si existe un escritor vivo que tenga más propiedad y derecho de abordar la historia de Ruy Días, el Sidi, ese es sin duda Arturo Pérez-Reverte. Periodista y escritor español, distinguido miembro de la Real Academia Española, Pérez-Reverte ha ganado renombre a partir de la saga del capitán Alatriste de la cual suman siete libros, que también ya ha sido adaptada al cine y a la televisión. Es un escritor consumado por lo que es extensa su bibliografía, pero entre lo destacable del autor puedo permitirme mencionar: El club Dumas, La Reina del SurCabo Trafalgar y La piel del tambor.  
«Las leyendas sólo sobreviven vistas de lejos»
Mi primera experiencia con la historia de Ruy Díaz fue la lectura en mi adolescencia de El Cantar del Mio Cid; poema firmado por Per Abbat en 1245, pero que, al no existir registro de la existencia de dicha persona, se le ha etiquetado como anónimo. La poesía medieval no es uno de mis gustos, probablemente no nací para filólogo, pero es imposible negar la contribución a la lengua castellana y finalmente al idioma español que tuvo esta obra. El contexto histórico también posee su especial apreciación. Hoy concebimos a una España unida que, si no fuera por Portugal, ocuparía toda la península ibérica; pero hace más de mil años no era así. Ni siquiera existía la palabra España. Allá por el Siglo IX la península ibérica casi en su totalidad era una ocupación musulmana, y se referían a ella como al-Ándalus, y apenas en las montañas del norte, por Oviedo, había unos cuantos cristianos que se hacían llamar reino de Asturias. Para el tiempo del Cid Campeador la extensión territorial de los cristianos ya había mejorado, habían avanzado un poco al sur y ya tenían casi la quinta parte de la península ibérica reconquistada, ya concebíamos el reino de León, Castilla, Pamplona, Aragón y los condados catalanes que todavía eran franceses.

Existe algo de material bibliográfico acerca de Ruy Díaz, pero como suele pasar con las leyendas, es difícil separar la historia del mito. El Medioevo fue una mala época para el arte y la escritura. Existe más información de valor sobre Julio Cesar, Aníbal Barca y Trajano, que vivieron muchos siglos atrás, que de nuestro héroe Campeador. Pero hay que partir de lo que se tiene y eso fue precisamente lo que hizo Pérez-Reverte que no se decantó por una novela histórica, sino que recreo su propia versión del Cid y utilizó la pronunciación musulmana de señor, Sidi, para titular su obra. 
«A menudo la derrota llega cuando uno se siente inclinado a hacer sólo lo que puede.»
Francamente yo esperaba más una novela histórica, muy al estilo de Santiago Posteguillo que nos habla de los personajes incluso desde antes de su concepción. Documenta el contexto y los personajes tienden a moverse bien en esa construcción de la historia. Posteguillo es muy condescendiente con el lector y nos brinda glosarios, mapas, árboles genealógicos, descripción de estrategias de batalla, en fin. Leer a Posteguillo es una masterclass de historia romana, pero dejaré a Posteguillo, porque es la obra de Pérez-Reverte en estos momentos la que nos interesa. Sidi tiene un subtítulo: Un relato de frontera. Cuando lo leí comprendí que su peso narrativo es contarnos algunos acontecimientos precisos, una aventura –por así decirlo–, y no toda la historia de Ruy Díaz. Esto tiene dos efectos, el primero es que no podemos tomar el libro sin más, y que es recomendable revisar por nuestra cuenta algunos mapas de la península ibérica, principalmente de la geografía y divisiones políticas de la Edad Media, leer algo de historia. El segundo efecto es que tenemos que aceptar a Ruy Díaz convertido ya en el Cid Campeador, pues no es una historia de origen.

Algunos creen que Ruy Díaz era un héroe y salvador, un cruzado cristiano, un noble e impoluto hombre de una España inexistente; lo cierto era que se parecía más a un mercenario. Vendía sus talentos a quien mejor pagase por ellos, ya fuera moro o cristiano. Y eso es lo que nos cuenta El cantar del destierro, primera parte de El Catar del Mio Cid; y coincidentemente los acontecimientos de Sidi calzan con este canto inicial. Aparece Ruy Díaz desterrado por orden del rey Alfonso VI, ha abandonado Vivar y está buscando a quien ofrecer sus servicios. Una mesnada de doscientos hombres le sigue. Hombres bravos, leales y veteranos, que buscan riqueza empuñando la espada en batalla. 

La última opción cristiana del Cid fue ofrecer sus servicios en Barcelona, que en aquella época era parte de los condados catalanes con dominio francés. Le recibió el conde Berenguer Remont II, quien no solo no aceptó el precio y condiciones de lo que Ruy Díaz ofrecía, sino también lo trató con desdén. Ruy Díaz debía sobrevivir y velar por sus hombres, en destierro y sin posibilidad de redimirse ante ninguno de los reinos cristianos. Había una oportunidad en el sur. Tras la desintegración del califato de Córdoba, surgieron varias divisiones territoriales a las que se llamó taifas, una especie de reinos pequeños musulmanes, que cómo no podía ser de otra manera, también estaban en constantes guerras y conflictos entre sí. Una de esas taifas era Saraqusta, el reino de Zaragoza, donde gobernaba al-Mutaman. Hombre honorable y de principios que tuvo a bien contratar a Ruy Díaz de Vivar para comandar a su ejército y combatir a su hermano, al-Mundi, rey de Lérida.
«Se equivoca quien hace la guerra con la única esperanza de vencer siempre.»
El conflicto entre Zaragoza y Lérida eran las tierras de Monzón y Almenar. Hubiese sido demasiado sencillo dejar la referencia hasta allí, pero lo cierto es que, en todo conflicto siempre existen aliados y Lérida tenía por aleado a Barcelona y Aragón. Eso significaba que los números no decidirían la batalla.

Debo de confesar que en un inicio me sentí un poco molesto con Pérez-Reverte porque sentía que la historia iba lenta y plana, que le hacía falta tridimensionalidad a Ruy Díaz. Y es que como lo avienta ya como un guerrero consumado y desterrado, incluso odiado, no queda mucho que tratar de sacarle provecho a los pocos diálogos del personaje que al principio son sumamente parcos. No obstante, a partir de la entrevista con el conde Berenguer Remont II, un poco más allá de las cien páginas, el relato de Pérez-Reverte se vuelve adictivo y es imposible dejarlo. Se que es una cuota de páginas muy grande para una novela de una extensión estándar, pero volviendo a leerlo me parece que no podía ser de otro modo. Es el precio que se debe pagar para disfrutar del relato. 
«Hay que educarse también para la derrota.»
Finalmente Sidi cumple con lo esperado: un Cid Campeador imbatible e incorruptible, buenos diálogos entre los personajes, batallas épicas con la suma de su estrategia y una calidad narrativa brillante. Incluso da esa sensación que la novela bien podría haberse escrito algunos siglos atrás por el uso de ciertas palabras y descripciones de vestuario, armería y costumbres que demuestra que hay investigación y varias fuentes implicadas para la construcción de ese relato de frontera. Esperamos que no sea la única entrega del Sidi, que el personaje y la historia da para más, una saga.
«Hay hombres que son más recordados que naciones enteras.» Elizabeth Smart

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