«La mano le temblaba un poco cuando golpeó el cristal. La ventana se abrió enseguida y ella pensó satisfecha que debía de estar allí esperándola. Hacía calor en la habitación y se preguntó si el rubor de sus mejillas se debería a la temperatura o a la sola idea de las horas que tenían por delante. Seguramente sería por lo segundo, se dijo, pues también las mejillas de Anders despedían fuego».
Fjällbacka es uno de los rincones más hermosos de Suecia. Es un pequeño poblado rural que no supera los mil habitantes y que está rodeado de costas tranquilas. Es un lugar de pesca idílica, silencioso y colmado de luz, además de un paisaje repleto de formaciones rocosas que como manos entrelazadas protegen la paz de sus pobladores. Aparte del paisaje y de la pesca, Fjällbacka es la cuna de Camila Läckberg, una de las escritoras más leídas en la península escandinava. Fjällbacka también es el escenario donde se desarrollan las historias y relatos de la escritora. Historias de crimen en un edén de piedra oculto al otro lado del mundo que pasa la mitad del año enterrado en la nieve.
Hubo un tiempo en que, por estos lares, en la tierra de los hispanohablantes, la novela negra nórdica no era muy popular, de hecho, no se conocían demasiados escritores del género negro o policial en general, apenas los clásicos: Arthur Conan Doyle y Agatha Cristi, y más recientemente Dennis Lehane, Lee Child, Jim Thompson, Cormac McCarthy, Patricia Cornwell, entre otros que se destacaron más en el género pulp. Pero hubo un punto de quiebre hace no más de dos décadas, finalmente arribó Los hombres que no amaban a las mujeres de Stieg Larsson y las editoriales pusieron su foco en la península escandinava y con muy buenos resultados, un tesoro literario por descubrir.
Creo que ya he explicado anteriormente que es la novela negra, así que me ahorraré un poco esa explicación y me limitaré a decir que la gracia de la novela negra está en el conflicto interior de los personajes. No significa que otros géneros literarios no tengan una carga emocional bastante fuerte, de hecho, la novela gótica es en esencia emotiva, pero en este caso todo gira en torno al crimen. Cada autor tiene su propio toque y a veces pienso que es probable que los propios escritores no sean conscientes que estén en los pantanos del género negro y simplemente se sumerjan en una historia que les ha consumido por años o décadas.
En un país como Suecia, donde el índice de homicidios es de 0.3 por cada cien mil habitantes, cualquier crimen eleva la alarma de las autoridades y los responsables de la seguridad pública. Para ponerlo en perspectiva, 0.3 es igual a decir 3 personas por cada millón de habitantes al año. Guatemala, un país con 16 millones de habitantes cerró el 2019 con 3,578 homicidios, lo cual, aunque parezca alarmante, significó una reducción del 45% comparado con el año 2009 donde se llegó a registrar un promedio de 18 homicidios diarios. Guatemala, en su mejor dato en diez años, tiene 224 homicidios por cada millón, una tasa 75 veces más alta que Suecia. En Guatemala y otros países con tasas altas de criminalidad como El Salvador y Honduras, los homicidios no son casos, sino estadística. Es nuestra triste realidad y de allí que aquí, en la patria del criollo, los escritores de novela negra no hayan proliferado o no existan, terminarían haciendo números. Nuestros escritores se inclinan más por la reconstrucción del conflicto armado, las secuelas de las dictaduras militares y otros temas que son igualmente duros.
Siempre me ha dado curiosidad leer a Åsa Larsson, una de las mejores escritoras suecas de novela negra, y aún la tengo entre mis pendientes, y vaya que son muchos los pendientes. Pero en esta oportunidad, es Camilla Läckberg, su competencia por así decirlo, la que se adelantó entre los libros de mi biblioteca. Läckberg se hizo famosa con La princesa de hielo, su obra más notable. Quizá debí empezar por su opera prima; pero la realidad es que comencé con el tercer libro.
Camilla Läckberg no es precisamente una Agatha Cristi en el misterio, su estilo es definir el curso de una investigación a base de la intuición y corazonadas. Eso es un poco frustrante, porque da la impresión de que los personajes poseen poca pericia profesional y el uso de las herramientas forenses no es determinante. En este libro los personajes principales son heredados de sus dos primeras novelas, de allí que probablemente no haya profundizado demasiado en ellos y que posiblemente me parezcan muy planos; pero, a decir verdad, casi que todos los personajes me parecen de esa manera. Existen demasiados y el libro es relativamente corto, bueno, eso si quinientas páginas son poca cosa, pero cuando se esboza la vida de tres o cuatro familias, con alrededor de quince personajes, todo pasa tan rápido y tan poco matizado que parece que estamos viendo el tráiler y no la película.
La novela tiene dos líneas de tiempo. La más corta y de un pasado de más de setenta años, es la más interesante. Esta línea de tiempo trata de un personaje cruel, un monstruo egoísta y narcisista, cuya existencia y presencia no tiene que ver de forma directa con el crimen a resolver, pero explica la génesis del asesino.
La sinopsis va más o menos de esta manera:
«La escritora Erika Falck y su pareja el comisario Patrick Hedström acaban de tener una hija, y aún se están adaptando a los cambios en su hogar, cuando un pescador encuentra el cadáver de la pequeña Sara, la hija de una amiga cercana de Erica. Al principio todo indica que se trata de un trágico accidente, pero la autopsia revela que la niña fue ahogada antes en una bañera de ser arrojada al mar. Cuando, pocos días después, otro niño es atacado, el pánico cunde en Fjällbacka y Patrik, muy afectado, llega incluso a temer por la seguridad de su propia hija. Gracias a su gran constancia y su particular ingenio, el perspicaz policía logra finalmente resolver este complicado caso, que sacará a la luz una trágica historia familiar de la década de 1920.»
El caso se resuelve de la forma más inverosímil y anticlimática posible. Realmente nunca me dio la impresión de verdadero peligro para ninguno de los personajes. Es cierto que por allí muere un par, pero no tienen relación directa con la historia central y más bien parecen intentos desesperados por enredar la historia y darle giros. Fjällbacka, de repente con tantos asesinatos, parece que es el lugar más violento de Suecia.
En fin, no afirmo que sea un mal libro, de hecho, si lo he de catalogar, diría que es una propuesta promedio. En suma, no impresiona, pero tiene unas aristas que eventualmente brillan. Posiblemente debió haber pulido o cambiado la perspectiva de la historia, o bien, tomarlo con calma e investigar más. Digo, Elizabeth Kostova realizó una investigación de diez años para escribir La Historiadora, y otro tiempo similar para El rapto del cisne, y no es que tampoco sus obras brillen, pero por lo menos lo cose a fuego lento para ganar en calidad narrativa. En todo caso si los personajes no nos entretienen o nos importa poco lo que les pase, los matices históricos y el contexto geográfico podrían ser el complemento que enamore al lector.
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