«Catalina quería ingresar al sórdido mundo de las esclavas sexuales de los narcotraficantes, no tanto porque quisiera disfrutar de los deleites del sexo, porque entre otras cosas aún era virgen y ni siquiera imaginaba lo que podría llegar a sentir con un hombre encima, sino porque no soportaba que sus amigas de la cuadra se pavonearan a diario con distinta ropa, zapatos, relojes y perfumes, que sus casas fueran las más bonitas del barrio y que albergaran en sus garajes una moto nueva. La envidia le carcomía el corazón y le causaba angustia y preocupación. No podía resistir la prosperidad de sus vecinas y menos que el auge de las mismas estuviera representado en un par de tetas, pues hasta ese día cayó en cuenta de que sólo las casas de las cuatro niñas que tenían los senos más grandes de la cuadra, tenían terraza y estaban pintadas.»
Hay una especie de subgénero literario de origen latinoamericano, bastante reciente y del cual Gustavo Bolivar Moreno se considera su precursor. Son novelas que tratan del estilo de vida del narcotráfico y como no podía ser de otra manera tan original, se les ha dado el nombre de narcogénero –la tautología y sus encantos–. Y si no fuera suficiente ya el estereotipo, también nace en Colombia.
Gustavo Bolívar es un periodista, escritor y guionista colombiano con una notable trayectoria en la televisión. Recientemente ha incursionado en la política, logrando el voto popular para ocupar el puesto de senador desde julio de 2018. Su primera novela fue publicada en 2006, se trata de la aclamada Sin tetas no hay paraíso, la cual actúo de catalizador y lo situó entre los escritores colombianos más vendidos no solo de su país, sino de toda la región de habla hispana. Siguiendo con la misma orientación de historias que le funcionó –narcotráfico, crimen y prostitución–, también escribió El capo y Sin tetas si hay paraíso, obras que gozan de mucha popularidad. No obstante, Bolivar Moreno no deja en ningún momento huérfanas sus ideas y se ha encargado de guionar todas las adaptaciones de su obra literaria, desde las telenovelas de Caracol TV hasta películas.
Existen a la fecha tres adaptaciones de telenovelas basadas en este libro, una colombiana (por Caracol TV), una estadounidense (por Telemundo) y otra española (por Telecinco). No he visto ninguna y dudo que lo haga en esta vida. El asunto de las telenovelas no es mi fuerte. Así que para este post carezco del prejuicio de melodramas baratos, malas actuaciones e histrionismo. Lo que sí vi fue la película colombiana de 2010, la cual me pareció, entre otras cosas, una fiel adaptación de la novela, ¡y cómo iba a ser de otra manera! Gustavo Molina no solo escribió el guion, sino también dirigió la película. Hay más adaptaciones de Sin tetas no hay paraíso, me parece que hasta una obra de teatro existe. Esto demuestra la influencia cultural que logró Gustavo Molina con su historia, y también la fuerza con que apostilla un problema social que se vive en casi todo el continente americano.
La mayoría de las novelas tienden a ser lineales. Estamos acostumbrados de ir del punto A al B y de este al C; en ocasiones se parte del punto C para contar del A al B; no obstante, el fenómeno de novelas latinas, en su mayoría, es otro asunto, son lineales con un estilo muy particular, van a saltos y retrocesos. En ocasiones esto puede ser frustrante para un lector, puesto que en un capítulo te revelan sin previo aviso de que tal persona traicionará a la otra, que otra morirá, o de que de determinado encuentro saldrá un romance, y el siguiente capítulo trata de los sucesos que llevaron a esos nudos. Pero a veces se crea tanta expectativa con lo que está por venir que en algunas ocasiones terminamos decepcionados por una historia tan efímera, o por tomarse un asunto adrede. Dando cierres argumentales sin más qué decir. Así que uno se acostumbra a ese estilo de narración o abandona el libro. Toda aquella persona que haya leído a García Márquez o Isabel Allende, entiende de lo que hablo.
El estilo narrativo latinoamericano gusta de muchos detalles cuando creemos que ya son suficientes y a veces los limita cuando queremos saber más. Existen pocos diálogos de los personajes, pero abundan sus acciones y las elipsis. La historia se soporta en esa calidad narrativa que tira las piezas como un rompecabezas para luego ir uniéndolas en varios grupos mientras avanzan las páginas, lo cual no garantiza que falte una pieza. Muchos personajes tienden a ser ignorantes, inocentes, rurales o supersticiosos, y los villanos, pues surgen de un plumazo y se van en el otro, y es que hasta los propios villanos a veces no lo son del todo. A veces parece ser –y realmente creo que así es– que son recursos que el escritor usa para justificar que a medida que su historia avanza, así también lo hace en su mente, y que a veces la idea misma no madura sino mientras se escribe, que eventualmente una cosa toma un rumbo distinto, aunque no abrupto. Pero francamente esto es lo que nos fascina de los escritores latinos, la impredecibilidad de sus historias.
La sinopsis es la siguiente:
«A sus catorce años, Catalina asoció la prosperidad de las niñas de su barrio con el tamaño de sus tetas. De modo que quienes las tenían pequeñas, como ella, debían resignarse a vivir en la pobreza. Por eso se propuso, como única meta en su vida, conseguir- a cualquier precio- el dinero para implantarse un par de tetas de silicona, capaces de no caber en las manos abiertas de hombre alguno. Pero nunca pensó que, contrario a lo que ella creía, sus sonadas prótesis no se iban a convertir en el cielo de su felicidad sino en su tragedia personal y su infierno.»
Sin Tetas no hay paraíso trata básicamente de la vanidad, envidia y ambición, teniendo como telón de fondo la tercera generación de capos del narcotráfico en Colombia. Las protagonistas son jóvenes adolescentes entre 14 y 15 años que se prostituyen con narcotraficantes, sicarios y gente con poder relacionada al crimen organizado.
En momentos la historia es chocante y repulsiva. No es fácil concebir el relato de una niña de 14 años haciendo las veces de chica prepago (eufemismo de prostituta cara), para conseguir lo que más desea en la vida, tetas más grandes. La cirugía de aumento de senos se convierte en una obsesión y da igual con quien termine acostándose o con cuantos, mientras paguen y paguen bien, tampoco importa lo que haya que hacer para conseguir más dinero. Obviamente lo que empieza mal, termina peor. Catalina llega a tener todos los lujos que el dinero podía pagar, pero tan rápido como llegaron, así se van.
Si ya es alarmante que una mujer, casi una niña, viva de prostituta, hay que agregar que su mejor amiga, una chica de la misma edad, sea su proxeneta. Catalina y sus amigas no se consideran prostitutas, sino en una categoría diferente de amiga o novia de un matón, de alguien con plata y con plomo. Ellas piensan que están por encima de la definición de ramera. Están sacándole provecho a su belleza. Si cada talento tiene un oficio, ellas simplemente tienen el oficio que su belleza les provee –así es la negación e ingenuidad de las protagonistas–. Es imposible que una adaptación le sea 100% fiel a la novela, al menos en las edades, es perturbador, también es pederastia; no digamos las telenovelas, demasiado contenido sexual explícito llevaría a censura completa, clasificación R o quizá algo más cercano a la pornografía.
Esta novela, de cierta manera, aprovecha para ilustrar de forma muy general la composición actual del narco colombiano, puesto que de manera anecdótica va insertando sucesos reales para enlazarlos con la propia ficción. Tenemos esa riqueza del contexto social colombiano que nos transporta a una época post Pablo Escobar y el Cartel de Cali.
Por otra parte, existieron cosas en el libro que me parecieron improvisadas, la narración misma podría ser una, puesto que empezamos con una tercera persona, es decir, un narrador omnisciente, luego, a la mitad de libro, cambia a una primera persona, y sin más que decir, en el siguiente capítulo nos olvidamos de la primera persona y continuamos con la tercera, y casi al final regresamos con la narración en primera con una excusa tan absurda, que mejor el autor la hubiese omitido. Muchas novelas tienen una narración partida, es un recurso valioso y salen cosas muy interesantes; pero en este caso se siente poco pulido y aleatorio.
El final de la historia sin duda es magnífico y brillante. Es allí donde me quito el sombrero por la idea del escritor y la forma en como la narra, momento a momento con una formidable manera de mantener en vilo al lector. Tiene un efecto de coronación del libro donde todos sus pequeños defectos son perdonados.
Por alguna razón que no me explico, al autor le dio por escribir un epílogo para explicar lo que era obvio ¿habrá pensado que el final no era claro que necesitó de diez páginas más? Yo pienso que no, el desenlace estaba perfecto, pero bueno, el autor pueda que haya tenido un mal editor que no supiera aconsejarlo, o bien, que al autor no le importó mucho los comentarios de lo innecesario que es un epílogo y como ya lo había escrito, que se vaya a la editorial y que lo impriman así. Total, diez páginas más no son nada contra 300. Si hay que contar lo mismo con otras palabras ¡qué más da!
El porqué de una narración híbrida primera/tercera persona no lo considero un error narrativo sino de elección, no me gustó la manera en qué lo hizo, el estilo o la falta de estilo, sin sutileza. Probablemente fue una indecisión a medio camino. Lo que sí es un error y grave es que la protagonista de una talla 32A llegue a una 38D en una sola cirugía. Es una imposibilidad absoluta ¿tendría noción el autor de tallas realmente? Y es que confunde el tamaño de la copa con la talla del dorso. Luego sale con una 40 ¿? Allí hubiese sido fantástica la orientación femenina y consultar a un cirujano plástico.
Otra área gris, por no decir sinsentido, es que la madre y el novio de Catalina no sospechen de como la mentada niña saca grandes cantidades de dinero en efectivo, ropa de diseñador y vehículos 4x4 ¿?... ¿Es que estaban ciegos, eran retrasados o les daba igual? Se trataba de una adolescente de catorce años. No es ni siquiera normal que maneje un vehículo.
Probablemente la incoherencia más grande es la línea de tiempo. Toda la historia transcurre en un año, lo cual, de acuerdo con todo lo contado y vivido por la protagonista, está fuera de cualquier orden lógico, hubiese sido mejor que la protagonista terminara con 21 o 23 años –y aun así es muy corto el tiempo–, y no muriera cumplido los 15. Si tan solo la recuperación de una cirugía lleva meses... En fin.
Pero a pesar de los traspiés y algunas cosas absurdas, es una buena novela. Bastante recomendable y que seguro disfrutará cualquiera con gusto por el estilo narrativo latinoamericano.
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