«El hecho de no permitir que se ejerza la justicia imparcial para todos los ciudadanos y ciudadanas y desconocer los derechos de cada persona, sea indígena o ladina, mujer u hombre, es uno de los mayores obstáculos para el fortalecimiento de un Estado de derecho y para poner fin a la impunidad.»
Marta Elena Casaús Arzú es una socióloga, investigadora e historiadora guatemalteca residente en España. Regularmente escribe artículos y ensayos relacionados a la sociedad guatemalteca con un enfoque a la conflictividad histórica y defensa del indigenismo. Se ha desempeñado como profesora titular en la Universidad Autónoma de Madrid. Su tesis doctoral fue readaptada y publicada como un libro documental y ensayo en 1992 bajo el título Linaje y racismo, donde desvela las cuotas de poder que se han enquistado en Guatemala desde la época colonial mediante estructuras familiares herméticas donde el clasismo y racismo han sido dos variables constantes a través de los siglos.
Racismo, genocidio y memoria es un libro que está compuesto por seis ensayos escritos a lo lardo de una década, comenzando del más reciente al más antiguo. Estos ensayos son: Las condiciones de intencionalidad del genocidio de Guatemala, probablemente el ensayo más polémico de todos por sus afirmaciones; Las expresiones de odio y racismo en la opinión pública guatemalteca durante el juicio por genocidio contra el general Efraín Ríos Montt, este ensayo expone la división guatemalteca entre quienes opinaban que hubo genocidio y quienes no, y también describe el ataque mediático y por redes sociales que sufrieron quienes afirmaban que sí lo hubo; El juicio por genocidio contra el pueblo maya Ixil: del recuerdo a la recuperación de la memoria colectiva, este ensayo comprende unos extractos testimoniales que calan profundo por el horror y la violencia; El racismo y la discriminación en el lenguaje político de las élites intelectuales en Guatemala, este es un ensayo teórico documental donde divide a los intelectuales de Guatemala entre indígenas y no indígenas y de estos últimos menciona que están al servicio de las élites y por lo tanto son racistas; y Preguntas que nos deberíamos hacer sobre el racismo y la discriminación en Guatemala, donde Marta Casaús concluye en varios puntos la situación política y social desde una perspectiva de discriminación étnica.
Racismo, genocidio y memoria es un libro de cariz académico. Los ensayos revisten del profesionalismo de investigación documental citando fuentes y despersonalizando la escritura. Normalmente cuando escribo monografías o ensayos utilizo las mismas técnicas, aunque nunca las usaría para un post o un artículo, estos los hago más libres y espontáneos. Siguiendo la escritura en tercera persona es extraño cuando Marta Casaús se cita a sí misma, por ejemplo «según lo expuesto por Marta Casaús (2002)», pareciera como si ella guardara una distancia de sí y no es que señale la forma del ensayo sin más, sino que es difícil construir una deducción a partir de textos y teorías que también resultan ser de uno mismo.
«El Estado guatemalteco es un Estado racista, excluyente, monoétnico y monocultual» expresa Marta Casaús, y también da por firme e irrevocable las tesis de que en Guatemala hubo genocidio. De hecho, todos los ensayos de Marta Casaús sostienen que toda la problemática del pasado, presente y futuro en Guatemala es debido al racismo sistemático e histórico instalado en el Estado. Y lo más contundente de Marta Casaús es que no compartir su opinión o discrepar parcial o totalmente sobre sus tesis es también racismo. Quien lo hace no lo hace por la objetividad de sus argumentos o ideas, lo hace a través de un racismo inherente y soslayado. Marta Casaús invalida la retórica discursiva que lleve un orden diferente de ideas, puesto que estas solapan el racismo.
La postura de Marta Casaús es por momentos fundamentalista cuando no radicalizada. Nos alejamos bastante de su estilo más sutil en Linaje y racismo, donde hacía una crítica y denuncia de los sistemas familiares que concentraban y se enquistaban en el poder político. Casaús dice que «el odio es precedente del racismo y es una forma de no querer saber nada del Otro, lo que lleva a negar su existencia o a desear su extinción física o cultural», lo cual me hace cuestionar si la Guatemala que conoce e identifica es la misma para todos. Considero que en temas políticos desconozco mucho de las profundidades e interioridades del poder y sus cuotas y que sin duda existe un círculo vicioso, podrido y en extremo corrupto en todo el sistema que hace que todo aquel que se involucre se sumerja literalmente en un pantano de desechos y aguas residuales. Pero una cosa es la corrupción política y otra el odio exacerbado hacia una etnia a tal extremo que se procure su extinción racial o cultural.
El extremo más grande de Marta Casaús lo consigue al comparar el holocausto judío en los campos de concentración con las víctimas de las comunidades Ixiles. Faltó poco para decir que el juicio al general Ríos Montt era igual en proporciones que los juicios de Núremberg. La discusión si hubo o no genocidio en Guatemala es polémica y tiene tantos defensores como opositores y considero que ambas perspectivas tienen argumentos interesantes, aunque es innegable que el asunto tiene una orientación más política e ideológica que científica y sociológica. Sin importar realmente la posición respecto al genocidio, la mayoría coincide en que se cometieron crímenes de lesa humanidad contra la población civil –y tanto guerrilla, ejército como patrullas de autodefensa civil son culpables por igual–. Crímenes atroces, deleznables y repudiables. Lo que no comparto de ninguna manera con Marta Casaús es tomar como barómetro del racismo los comentarios vertidos en las redes sociales contra quienes defendían la postura de que sí hubo genocidio en Guatemala, donde ella llega a decir «que en cualquier momento se puede producir un nuevo genocidio porque las condiciones políticas, sociales e ideológicas no se han visto para nada modificadas». Es probable que los períodos de los gobiernos denominados «democráticos» que comenzaron en 1986 con Vinicio Cerezo sean ante nuestros ojos hoy en día tibios y corruptos; sin embargo, no son iguales ni por asomo a las dictaduras militares represivas del siglo XX. En ese orden de ideas no estamos en las mismas condiciones que desencadenó la guerra civil, una guerra que en esencia fue fratricida. La afirmación de que en cualquier momento podría producirse otro genocidio en Guatemala es completamente irresponsable desde el carácter profesional de los argumentos de Casaús y parece tener un perfil político, aunque sea subyacente –por qué solo en la política se dice cualquier cosa de forma irreflexiva–.
La tendencia de la opinión pública vertida en redes sociales tiende a ser negativa, sea aquí en Guatemala o en cualquier país que exista verdadera libertad de expresión. Las personas no se detienen a comentar positivamente las palabras o acciones de un político o su opositor. Lo más probable es que los comentarios sean críticos o peyorativos. Si son cuentas protegidas por el anonimato, los comentarios pueden ser mucho más agresivos y groseros, además que debe considerarse que no todas las cuentas son reales. Esto presupone que la base que utilizó Marta Casaús para medir el incremento no solo es inapropiada, sino que encontrar una conclusión de las características y dimensiones de lo que propone contiene un sesgo intencionado de manipulación para defender su propia postura.
«Todo ello nos lleva a reflexionar sobre el binomio odio y racismo y cómo esa asociación conduce inevitablemente a exacerbar las relaciones sociales en una sociedad anónima y fragmentada como la guatemalteca, además de avivar la violencia racista.»
Toda guerra es cruenta. Racismo, genocidio y memoria se convierte en una lectura cruda porque nos lleva a conocer los testimonios de algunas víctimas civiles entre los cientos de miles que fueron afectados por la guerra interna. No solo fue el desplazamiento, el abandono de sus hogares, el buscar auxilio en las fronteras con México, también hubo masacres, torturas y vejaciones completamente inhumanas. Algunos testimonios son tan viscerales que nos mueve a la indignación. En la guerra no hay héroes, solo víctimas. La población civil, independientemente de su condición étnica y cultural, si está en medio de la línea de fuego realmente está siendo incendiada.
«Una sociedad es indecente cuando trata a sus seres humanos como si no fuesen humanos, al tratarlos como objetos, como animales, como infrahumanos.» Avishai Margalit (La sociedad decente, 1997)
La construcción de la memoria que realiza Marta Casaús es en parte a que ella fue citada a brindar testimonio durante el juicio del General Ríos Montt. Ella se desempeñó como perito entrevistando a las mujeres ixiles. Aunque en el ensayo en que aborda la autenticidad y objetividad de la memoria de los pueblos y reconstruye los vejámenes que sufrieron por el ejército, cita también a otros autores que expresan que «el recuerdo social es un constructo que no reproduce fielmente el pasado, sino que lo recrea y lo reconstruye en función de sus intereses del presente» (Rosa Rivero, Alberto Guglielmo Belli y David Bakhurst, Memoria colectiva e identidad nacional, 2000) estas autoras también dicen que los que han sufrido generalmente: «utilizan recuerdos para fines identitarios, lo que hace que algunas veces su memoria se vea distorsionada para mantener una buena imagen de sí mismos (…) la memoria no solo es recuerdo, sino también olvido, ninguno de los dos son accidentales» y esto es una contradicción con la tesis de Casaús que señala que los testimonios de sus entrevistadas son un reflejo real de los sucesos. Otra autora, Elizabeth Jelin (Los trabajos de la memoria, 2002), expresa que «la memoria es la forma como los ciudadanos y ciudadanas de un país construyen un sentido del pasado y se relacionan con el presente en el acto de rememorar o recordar ese pasado de manera negociada o consensuada». En todo caso la memoria es bastante compleja y los testimonios generalmente deben fungir en apoyo a la interpretación de la evidencia, y no ser la evidencia misma.
La lectura de los ensayos de Marta Casaús debe hacerse con un sentido crítico. Son libros peligrosos por su radicalización ideológica. Tomar partido en sus argumentos es probable que despierte resentimientos exacerbados impropios. Cada persona tiene una perspectiva y también una motivación y hurgar en las heridas impide la cicatrización. Aunque tampoco una cicatriz es olvido. Según Marta Casaús la guerra civil guatemalteca, ese enfrentamiento fratricida, mal llamado conflicto armado interno, tiene como origen el racismo –ya no fue una insurrección por instalar el socialismo marxista en Guatemala, una supuesta lucha de clases, sino una lucha de razas–. Según Casaús la política de Guatemala es hasta el momento racista y excluyente, porque los espacios que han ganado los indígenas en la sociedad civil y cuotas de poder político (Congreso, Organismo Judicial y Municipalidades) son algo a lo que ella denomina, parafraseando, «indígenas permitidos». Si nos comparamos con la Guatemala de hace un siglo, luego con la de hace cincuenta años y finalmente con la de hace veinticinco, sin duda hay avances grandes y marcados en los participantes políticos. La democracia nunca fue tan representativa como ahora.
Algo que me gustaría rescatar y destacar de este libro de Marta Casaús es el problema de la discriminación de género en la sociedad guatemalteca. La sociedad es machista sin importar raza o credo, y la discriminación se acentúa más en las áreas rurales donde las estadísticas de niñas madres y violencia doméstica se agudiza. En muchos lugares el nacer mujer es una condena: desde pequeñas son relegadas a trabajos domésticos e incluso el acceso a la educación está limitado. Lamentablemente Marca Casaús apenas menciona esto y cuando lo aborda lo hace desde una visión racista y no de un machismo profundamente arraigado en la sociedad; es como decir que, si la discriminación sexista a una mujer la hace su propia comunidad, su propia familia, debemos aceptarlo porque es su cultura y hay que respetarla, pero si lo hace alguien ajeno, es diferente, es racismo y hay que señalarlo y denunciarlo. Esto es exactamente el doble-piensa que Orwell decía en su novela 1984.
El racismo existe y es un mal endémico, pero no es el único oprobio para la construcción de una sociedad justa e igualitaria. No existen soluciones simples ni rápidas para combatir el racismo, Estados Unidos, Inglaterra e Irlanda todavía lidian con el racismo y son sociedades bastante más desarrolladas que las nuestras. Como muchos otros temas, este no está exento de polémica y es un tema tabú que muchos prefieren no abordar, pero no hablar de él no significa que no exista o que se solucione mágicamente. Y para cerrar, algunas conclusiones de Marta Casaús:
«Las sociedades que reparten y reevalúan sus memorias suelen ser sociedades más sanas, integradas socialmente y más democráticas; aquellas que inhiben o rumian su pasado y no lo consensuan suelen ser sociedades más conflictivas, menos cohesionadas y con rasgos autoritarios.»
«El racismo vendría a ser como el cáncer invisible que afecta a todos los órganos del cuerpo, que muta y se transforma de múltiples formas y expresiones, y la discriminación como el tumor que aparece como manifestación extrema de la enfermedad.»
«El racismo es lo que impide la creación del capital social, porque no fomenta la ciudadanía ni la democracia e indirectamente obstaculiza la creación de un proyecto nacional compartido.»
«Racismo es la valoración generalizada y definitiva de unas diferencias, biológicas o culturales, reales o imaginarias, en provecho de un grupo y en detrimento del Otro, con el fin de justificar una agresión.»
«En primer lugar, nos pone de manifiesto que el racismo es algo muy profundo, muy doloroso, vivido de forma trágica y penosa por toda la población oprimida, especialmente por las mujeres indígenas y rurales.»
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