miércoles, 2 de septiembre de 2020

UN SIMPLE ACTO DE VIOLENCIA de R.J. Ellory


«Sé de amor y desengaño, de despecho y desilusión. Entiendo que el tiempo acaba por limar las pérdidas hasta que los recuerdos dejan de cortarnos con su afilada hoja, hasta que simplemente nos magullan con sus respectivos golpes mientras intentamos olvidar.»

Roger Jon Ellory es un escritor inglés de novelas del género negro y policial. Tuvo una infancia complicada. Nunca conoció a su padre y su madre murió cuando apenas tenía seis años. Sus estudios los completó en una escuela orientada a la educación de niños rebeldes y huérfanos. Su vida como escritor comenzó con la publicación de su primera novela en 2003, Candlemoth, obteniendo un reconocimiento local, el Ian Fleming Steel Dagger Award, que es un premio otorgado al mejor thriller del año publicado por un autor británico; sin embargo, fue su libro Solo el silencio el que lo dio a conocer internacionalmente. Hasta el momento ha publicado catorce novelas.

Un simple acto de violencia es un thriller que intenta mantener el misterio omnipresente e impenetrable en su primera mitad. El ambiente que recrea R.J. Ellory es un rompecabezas típico de una novela negra que a cuenta gotas entrega al lector pistas para que él mismo sea quien acompañe al protagonista en el descubrimiento y persecución del criminal. La trama es bastante estándar y hasta trillada en el primer centenar de páginas. El enganche con el libro es tardío y tramposo y probablemente esta última característica es la que debemos recuperar, salvar y exponer como el giro inesperado que nos hace pasar de una novela policial insípida, a un discurso contra la corrupción política, las organizaciones de poder paralelo y la manipulación de los gobiernos en los países subdesarrollados.

Un simple acto de violencia se presenta como una de esas novelas donde hay suelto un asesino psicópata que elige sus víctimas aleatoriamente, donde la clave para atraparlo es un error por precipitarse demasiado o que el detective a cargo encuentre el elemento común de las víctimas. De hecho, está en la propia sinopsis: 

«Washington D. C., un gélido mes de noviembre. La ciudad se encuentra patas arriba por la campaña electoral y por la presencia de un asesino en serie que ejecuta a mujeres solitarias, implacablemente y sin piedad. A desgana, el taciturno inspector Miller recibe la orden de ocuparse del caso. Sus flaquezas personales afloran ante las presiones de la opinión pública y de sus propios jefes. Aunque su verdadero reto comienza al descubrir que las víctimas no constan en ningún registro. No existen. Nadie sabe nada de ellas. Las únicas certezas son que el “asesino de la cinta” volverá a matar y que alguien tiene que saber por qué.»

La apuesta del escritor R.J. Ellory es jugar con las expectativas del lector. No cambia la esencia del género porque sigue siendo un thriller y encaja perfectamente en una novela negra, lo que agrega y de forma muy orgánica y creíble es una crítica a una de las organizaciones más polémica de los Estados Unidos, la Agencia Central de Inteligencia –CIA por sus siglas en inglés–. La CIA históricamente ha intervenido en espionaje, consumaciones de golpes de estado, asesinatos y hasta tráfico de drogas; lo que logramos conocer de sus acciones fueron acontecimientos que escaparon a su control o que a propósito dejaron conocer, pero mucho de lo que han hecho, hacen y siguen haciendo se defiende con severo hermetismo. R.J. Ellory retrata a la CIA como una bestia imparable e imbatible, una hidra a la cual no importa que cabeza le sea cercenada, siempre le aparecerá otra igual o más venenosa; no obstante, la bestia actúa con sigilo, en silencio, al margen de todo, incluso de cualquier ley o frontera. Los principios y valores que posee esta organización exceden por mucho cualquier obligación de rendir cuentas fuera de su propia estructura.

Tengo que destacar que R.J. Ellory se dio a la tarea de investigar la intervención más recia de la CIA en los países centroamericanos en la década de los ochentas, principalmente la acción y papel de la CIA en Nicaragua para deponer a los sandinistas de Daniel Ortega del poder, y señalando fuertemente el involucramiento de los carteles mexicanos de Felix Gallardo y Caro Quintero, quienes financiaron las operaciones clandestinas de esa organización, lo cual eventualmente se convirtió en una de las causas del recrudecimiento de la violencia en la región. Como dato aparte, de todas maneras, los sandinistas volvieron al poder y parece ser que solo la muerte podrá deponer a su eviterno dictador, Daniel Ortega, aunque esta vez ignoramos si hay o no un papel de la CIA, sea activo o pasivo.

«Los secretos mejor guardados son los que todo el mundo tiene a la vista.»

La novela comienza con cuatro mujeres asesinadas: Margaret Mostley, Ann Rayner, Barbara Lee y Catherine Sheridan, de esta última el asesinato es muy gráfico porque se describe todo el procedimiento y las emociones de la víctima al perder la vida en manos de su verdugo. Todas estas mujeres son un callejón sin salida porque viven solas, no tienen propiedades, no tienen parejas, no tienen amigos, ni siquiera vida social, nadie pidió justicia por sus muertes, nadie reconoció sus cuerpos, nadie las inhumó, nadie las conocía más allá de un saludo de cortesía. Posteriormente nos encontraremos con una quinta víctima, Natasha Joyce, quien posee una notable diferencia con el resto, porque ella es viuda y tiene una niña de nueve años y muere justamente cuando comienza a hacer demasiadas preguntas sobre el pasado de su pareja. En algún momento los detectives de la policía local se ven enfrentándose con el FBI, la CIA y hasta un juez, pero esos detalles los ahorraré porque en esta novela el factor sorpresa cuenta en su apreciación.

He de admirar la narración de R.J. Ellory que va in crescendo conforme pasan las páginas. Al inicio y hasta poco más de la mitad del libro teníamos dos narraciones claras, una en tercera persona que se centraba en Robert Miller, el protagonista, aunque también en ocasiones R.J. Ellory se decantaba por otorgarnos otras perspectivas de la historia, como la de Natasha Joyce. Existe otra narración, en cursiva y escrita en primera persona, son las confesiones, sentimientos, reflexiones y pensamientos del supuesto asesino que nos transportaban décadas en el pasado. Esta narración da la falsa impresión de estarnos sumergiendo en la mente de un psicópata, pero es una vaga impresión que conforme tenemos más argumentos, nos vamos dando cuenta de que también existe mucho de la perspectiva del escritor y la lucidez del relato nos hace cuestionarnos si en realidad estamos leyendo lo que escribiría una persona desquiciada o alienada, o por otra parte, aquello que nos contaría una persona que se siente atormentada por un vacío o por su propia soledad voluntaria y lo único que desea es deshacerse de un secreto asfixiante, compartirlo puesto que no le pertenece.

Algo que admiré de R.J. Ellory fueron los guiños a otros escritores con los nombres que eligió para sus personajes. Natasha Joyce, una de las víctimas, toma su apellido de James Joyce, el autor de la gran novela del siglo XX, Ulises. La pareja de Natasha Joyce, Darril King, toma su apellido de Stephen King, el maestro de la novela de terror y suspenso norteamericana. El protagonista y detective de la historia, Robert Miller, heredó su apellido de Henry Miller, el autor de Trópico de Cáncer. El compañero del detective, Albert Roth, toma su apellido de Philip Roth, novelista ganador del Pulitzer por su obra Pastoral americana. Un misterioso policía retirado e ilocalizable, del cual no quiero decir demasiado para no dar spoilers, de nombre Michael McCullough, toma su apellido de la escritora Colleen McCullough, autora de novelas históricas y de la serie Masters of Rome. Al principio pensé que era una coincidencia, pero luego vi una tendencia y no pude más que dejarme llevar. Probablemente haya más referencias culturales que no logré notar, pero sin duda es un buen ejercicio que mantiene al lector en segundo plano pensando en los nombres que suenan familiares. La novela misma nos lo dice claramente cuando uno de los detectives compara el nombre de un sospechoso, John Robey, con el nombre de uno de los personajes de la película Atrapa a un ladrón de Cary Grant.

«La mayoría de la gente vive ajena a lo que le pasa al resto.»

No es la novela negra que esperaba. Es mejor. Cuando se ha leído muchas novelas policiales es difícil sentirse sorprendido y si a eso le agregamos programas como Forensic Files, CSI, Law & Order y otras decenas de similares, el abanico de posibilidades se va reduciendo. Muchos escritores apuestan por hacer de los asesinatos algo más viscerales o artísticos, hacer intrincados rompecabeza que den una lógica a la locura del asesino en serie aunque eso se salga de lo creíble y pasemos completamente a la entretención pura y dura, otros autores en cambio recrean pasados sangrientos, traumas, que inciden en los hechos presentes; sea como fuere, no niego los esfuerzos por tratar de hacer creíble cada historia. R.J. Ellory tampoco es que cavara en una veta de creatividad, simplemente hace un giro apropiado y en la dirección correcta para que el lector no olvide esta historia al llegar al final.

Para cerrar, y como una situación no muy común en este tipo de obras, os dejo una lista de aforismos extraídos del libro que vale la pena rescatar.

«Quien siembra vientos cosecha tempestades.»

«La vida es mucho más dura cuando sabes que deberías estar muerto.»

«Estamos mirando con demasiada intención como para ver nada.»

«Si te acuestas con el diablo, te despiertas en el infierno.»

«¿Cuánta gente conocemos durante nuestras vidas?, oímos sus nombres y en cuanto lo oímos los olvidamos. Y también nos olvidamos de sus caras.»

«La comprensión no es una cualidad que se pueda vender o comprar.»

«Los secretos que compartimos nos unen.»

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