«Reboté sobe el terreno gris y polvoriento hacia la enorme cúpula de la Burbuja Conrad. Su esclusa de aire, bordeada de luces rojas, se alzaba a una distancia inquietantemente lejana. Es difícil correr con un centenar de kilos de material encima, incluso en la gravedad lunar. Aun así, te sorprendería la prisa que puedes darte cuando te juegas la vida.»
En 2011 el género de la ciencia ficción tuvo una oleada de aire fresco y hasta renovador con la publicación de El marciano, primera novela de Andy Weir que cosechó no solamente buenas críticas, sino una oleada de lectores que de pronto se sintieron atraídos por un subgénero que desde tiempos de Crichton no daba señales de ideas originales, o al menos creativas e ingeniosas. La popularidad de la novela no pasó desapercibida en Hollywood y cuatro años después ya contaba con una adaptación de gran presupuesto y con una nómina de actores de excelente nivel teniendo en el protagónico al mismo Matt Damon. Artemisa es la segunda novela de Andy Weir publicada en 2017, donde nuevamente explora la vida cotidiana de los humanos fuera de la Tierra, únicamente que esta vez abandona Marte y nos traslada a la superficie lunar.
El 20 de julio de 1969 la misión norteamericana del Apolo 11 tripulada por Neil Armstrong y Edwin F. Aldrin consiguieron un hito histórico para la humanidad. El hombre llegó a la luna. Aquellas primeras palabras pronunciadas por Armstrong quedaron grabadas e inmortalizadas: «Es un pequeño paso para el hombre; un gran salto para la humanidad». La generación que vivió ese momento estaba segura de que en pocas décadas las ciudades en la luna serían una realidad, algo cotidiano. Pero ha pasado medio siglo desde entonces y la luna sigue siendo esa roca yerma y polvorienta, un vasto desierto por explorar. En cincuenta años solo doce personas han pisado la superficie lunar, todas estadounidenses. La última misión fue la del Apolo 17 en 1972 y desde entonces nadie más se ha atrevido a dar el siguiente paso, la colonización.
Francamente la luna es un territorio hostil como para pensar en un asentamiento humano permanente. No hay vida y no podría sobrevivir ningún organismo en la luna, al menos no sin ayuda. Habría que crear ambientes herméticos y autosuficientes para soportar los extremos del frío, el calor y la radiación, sin mencionar todos los requerimientos atmosféricos. Lo más probable es que hagan faltan varias décadas para contemplar un asentamiento humano no como una ficción, sino como una realidad. De momento no nos queda más que la imaginación y buscar esas posibles alternativas en las novelas de ciencia ficción. Andy Weir ya nos había sorprendido con El marciano y ahora ha imaginado la primera ciudad lunar y nos cuenta una historia de acción que transcurre en esos extraños espacios cerrados, he aquí la sinopsis:
«Jazz Bashara es una criminal... O al menos lo parece. La vida en Artemisa, la primera y única ciudad de la Luna, es difícil si no eres un turista adinerado o un multimillonario excéntrico. Así que hacer un poco de contrabando de lo más inofensivo no cuenta, ¿verdad? Sobre todo cuando hay que pagar deudas y tu trabajo como transportista apenas paga el alquiler. De pronto, Jazz ve la oportunidad de cambiar su destino cometiendo un delito a cambio de una lucrativa recompensa. Y ahí empiezan todos sus problemas, pues al hacerlo se enreda en una auténtica conspiración por el control de Artemisa que le obliga a poner en peligro su propia vida...»
Andy Weir es un ingeniero informático fascinado por los viajes espaciales y que fácilmente podríamos considerar como un nerd. Estas características hacen que sus novelas sean bastante cuidadosas en todo el apartado técnico y que los físicos, matemáticos, astrónomos o incluso los lectores de ciencia ficción más puristas puedan tener respuestas que satisfagan sus dudas y también expectativas. Realmente es de valorar todo ese trabajo de investigación y esfuerzo por ser preciso en los cálculos, procedimientos y funcionalidades. Si Hermann Melville no hubiera sido tan técnico en la descripción de la industria ballenera norteamericana del siglo XVIII, su novela Moby Dick quizá hubiera quedado perdida en el tiempo. Si Michael Crichton no hubiera devorado libros de paleontología y genética, quizá su novela Parque Jurásico hubiera caído en la intrascendencia. En este tipo de novelas la información y el trabajo de investigación suele ser clave para crear un escenario creíble, obviamente nunca debe obviarse que es ciencia ficción y que el escritor se tomará ciertas licencias de imaginar tecnología todavía no creada, utilizar hipótesis no comprobadas y cuestionables o bien, utilizar teorías a conveniencia de la trama. Andy Weir crea una magnífica ciudad en la luna, con un funcionamiento técnico tan creíble como impresionante, transmitiendo al lector con un lenguaje sencillo información que por su naturaleza suele ser compleja. Sin embargo, el escenario no es toda la historia, sino una parte.
Artemisa tiene un estilo parecido al de El marciano, ¿cómo iba ser de otra manera? Andy Weir había utilizado una fórmula que le funcionó y sería muy arriesgado ir más allá de lo que les gustó a sus lectores. Y creo que ese es uno de los principales defectos de Artemisa. Weir no arriesga nada, y es más, busca profundidad donde no existe y pretensión donde no hace falta. La historia que transcurre en la primera ciudad lunar, Artemisa, es vacía, intrascendental, condescendiente y autocomplaciente. Es Andy Weir y al mismo tiempo no lo es.
El talón de Aquiles de Artemisa es la elección del estilo narrativo. Al comenzar la novela nos encontramos con dos narraciones, una que transcurre en el pasado inmediato contada a través de los ojos de la protagonista; y otra narración construida por correos electrónicos entre la protagonista y un amigo en la tierra, esta también se ubica en el pasado con una distancia de alrededor de doce años y al final ambas narraciones terminan por unirse. Estas líneas narrativas y múltiples perspectivas ya habían sido exploradas en El marciano y con mejores resultados. La protagonista es una mujer de ascendencia árabe de 26 años que ha elegido el crimen por contrabando como estilo de vida. Normalmente elegir una narración en primera persona para un personaje femenino desde un escritor masculino trae como defecto principal la coherencia y las motivaciones. Jasmine «Jazz» Bashara se comporta y tiene las motivaciones de un adolescente occidental, eso si lo que hace califica como una motivación real, puesto que en todo momento da brillos de caprichos y de una inmadurez recalcitrante. En ningún momento nos parece que las acciones de Jazz sean orgánicas o medianamente creíbles. Hace lo que tiene que hacer porque de lo contrario la historia sería muy aburrida. Este problema también afecta a todos los personajes, poco desarrollados, que quizá no sean un cliché, pero sí que son planos y unidimensionales.
Con tan solo dos publicaciones en casi diez años, la experiencia de Weir como escritor es de lo más básica, como todo nerd, su comprensión de la psique femenina es pobre o, en el peor de los casos, nula. Él mismo se burla de este defecto y en las notas y agradecimientos del libro comenta que obtuvo ayuda de seis mujeres, entre editoras, amigas y familiares, para asesorarlo y hacer a su personaje principal más femenino. Me cuesta imaginar como habrá sido ese primer borrador, probablemente con una Jazz al nivel máximo de testosterona. Para el lector es difícil conectar con un personaje que carece de verosimilitud. Suzanne Collins, autora de Los juegos del hambre crea Katniss Everdeen y para nadie es difícil sentir simpatía por ella y entender sus motivaciones. La elección más apropiada para Weir hubiera sido decantarse por una narración lineal en tercera persona, salir de la mente del personaje y limitarse a describir lo que hace y cómo lo hace, para que el lector tratara de descubrir el por qué lo hace.
Otra situación que debo de señalar quizá no como un defecto, pero sí como una decepción, es la abundancia de la corrección política. Ni siquiera en Terminator: Dark Fate o MIB International encontré tanta corrección política metida a calzador. Y es que ni Weir se molestó en disimularlo siquiera un poco y no me refiero a la protagonista, sino a la creación de la ciudad de la luna, su origen y funcionamiento, entre otras cosas adicionales que nos encontraremos en las páginas. El país que fundó a Artemisa no fue Estados Unidos, tampoco China y menos Rusia, fue Kenia. Kenia actualmente ocupa el puesto 142 de 189 en el índice de desarrollo humano, eso presupone profundos problemas estructurales que afectan a su población que en su mayoría tiene dificultades de acceso a la educación y a la salud. ¿Por qué no elegir a Argentina? ¿Por qué no Sudáfrica? ¿Por qué no China si era la opción más obvia? ¿Cómo Weir pudo imaginar un programa espacial estrafalario en Kenia? La respuesta también es traída de pelos, lavado de dinero de la mafia, pero tampoco son los actores típicos como la mafia italiana, la rusa, y menos los carteles mexicanos, es la brasileña. Sin duda hay mafias en Brasil, y no me refiero Odebrecht, pero ¿Por qué una mafia mandaría su dinero al espacio? Existen más elementos que prefiero no mencionarlos, porque no es una crítica a la inclusividad, sino a su forzamiento argumental. Está bien romper algunos estereotipos, pero es intolerable dejar otros porque conviene a la causa, por ejemplo, la mala imagen que se le da al hombre blanco heterosexual volviéndolo un pastiche del ambicioso capitalista norteamericano del siglo XX. Realmente la novela está hecha para que pueda adaptarse cinematográficamente y cumplir con esa corrección política que tanto gusta y agrada a Hollywood en estos tiempos.
Weir brilla en las explicaciones físicas, químicas y matemáticas, pero resbala y bastante cuando intenta explicar el funcionamiento de la economía, sociología y sobre todo, la política de Artemisa. Y es que normalmente no nos fijaríamos en estos elementos, pero dado que los hace parte de la historia tenemos que aceptarlos por muy absurdos que parezcan. Y esto nos llega al segundo gran defecto de esta novela, la historia. Andy Weir nos podría haber contado la historia de una ingeniera que descubre un fallo en el sistema de soporte vital lunar y que todo está contrarreloj para salvar a la ciudad, pero no, Weir nos arroja a una contrabandista tan inmadura como una de esas chicas de MTV que quiere sus dulces dieciséis y que por motivos egoístas y mezquinos casi destruye la vida en la luna. No hay un arco, el personaje en las últimas páginas no es mejor que al inicio de la novela. ¡Una oportunidad desperdiciada!
Artemisa es una novela donde lo que brilla es la luna, porque la historia nos deja una deuda. Hasta los comentarios y momentos jocosos que nos alegraban la lectura en El marciano, aquí se ven como esos malos stand up amateurs. Si hay una continuación, lo más probable es que no la lea. ¿Qué pasó con Andy Weir?
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