«Desde entonces empecé a medir la vida no por años sino por décadas. La de los cincuenta había sido decisiva porque tomé conciencia de que casi todo el mundo era menor que yo. La de los sesenta fue la más intensa por la sospecha de que ya no me quedaba tiempo para equivocarme. La de los setenta fue temible por una cierta posibilidad de que fuera la última. No obstante, cuando me desperté vivo la primera mañana de mis noventa años en la cama feliz de Delgadina, se me atravesó la idea complaciente de que la vida no fuera algo que transcurre cómo el río revuelto de Heráclito, sino una ocasión única de voltearse en la parrilla y seguir asándose del otro costado por noventa años más.»
Memorias de mis putas tristes es una novela sencilla y de poca extensión. La mayoría de las novelas de Gabriel García Márquez no son tan largas, por lo que no es difícil adentrarse en el territorio literario del padre del realismo mágico. Obviamente Cien años de soledad no es ni corta y también es más exigente para el lector por la gran cantidad de personajes y la línea temporal, pero esa obra se perfila más como una excepción y no la regla, al menos en las dimensiones, porque en la narrativa existe un sello personal distinguible e indiscutible. En Memorias de mis putas tristes tenemos como protagonista a un hombre viejo. La vejez o el ocaso de la vida también ha sido una característica en los escritos de Gabriel García Márquez desde La hojarasca. Aunque en esta novela hay algunos agregados que la hacen más polémica que de costumbre, he aquí la sinopsis:
«Un viejo periodista decide festejar sus noventa años a lo grande, dándose un regalo que le hará sentir que todavía está vivo: una jovencita virgen, y con ella –el principio de una nueva vida a una edad en que la mayoría de los mortales están muertos–. En el prostíbulo llega el momento en el que ve a la mujer de espaldas, completamente desnuda. Ese acontecimiento cambia su vida radicalmente. Ahora que conoce a esta jovencita se encuentra a punto de morir, pero no por viejo, sino de amor. Es la vida de este anciano solitario, un apasionado de la música clásica, nada aficionado a las mascotas y lleno de manías. Por él sabremos cómo en todas sus aventuras sexuales (que no fueron pocas) siempre dio a cambio algo de dinero, pero nunca imaginó que de ese modo encontraría el verdadero amor.»
En mi post de la novela Del amor y otros demonios, también de Gabriel García Márquez, mencionaba la censura que sufrió Vladimir Nabokov cuando publicó la novela “Lolita en 1955 por retratar en ella el romance de un hombre en sus cuarenta con su hijastra de doce. En aquella novela de García Márquez el amor surgía entre un vicario de treinta y seis y una niña de doce que se encontraba enclaustrada y torturada psicológicamente en un convento. Con Memorias de mis putas triste la apuesta de pedofilia se incremente y no solo tenemos a un nonagenario enamorándose de una niña de catorce, sino que también esta niña está siendo prostituida, por lo que ahora es pederastia y trata de personas. Aunque antes de entrar en los terrenos pantanosos de la polémica, me detendré en otras características literarias y mensaje.
Narrativamente la novela, como lo mencioné anteriormente, conserva el estilo inconfundible de Gabriel García Márquez, aunque con menos magia y más realismo. Por momentos me hizo recordar a El coronel no tiene quien le escriba, pues nos desnuda la vejez y su impotencia por cambiar la inexorable huella de la vida. Un hombre puede no sentirse viejo en su espíritu y tener toda la determinación y decisión por alcanzar un objetivo, por tener un propósito, pero ante los demás su rostro y su cuerpo son los de un anciano y pueda que esas miradas finalmente calen y consuman la llama impulsora y motivadora. Si la vejez ya es una pesada cadena, cuando la acompaña la soledad es un ancla. Y no hay nada más triste que un hombre viejo y solitario, que aún labora no por amor al trabajo sino para subsistir, que si un día muere, nadie lo llorará ni extrañará.
La historia es narrada por el anciano protagonista que a pesar de haber vivido nueve décadas no nos da demasiados detalles de su vida. Apenas nos dice que cuando tenía doce años perdió la virginidad en un prostíbulo. Como era usual en aquella época, su padre lo llevó y pagó un peso para que esa noche se convirtiera en hombre; pero cuando llegó el momento de conocer el matrimonio, prefirió rehuir a ese peso, y dejó plantada a la novia. Nunca se enamoró de las mujeres, solo de su cuerpo y siempre pagó por cada vez que tenía relaciones sexuales, fueran prostitutas o no, fueran consentidas o forzadas. Igual, a las mujeres no les quedaba otra que aceptar lo que les daba. Con la vejez vinieron los achaques y los afanes del porvenir y en su cumpleaños noventa decidió que quería yacer con una virgen, por lo que llamó a su proxeneta de confianza y de toda la vida, quien le consiguió a una muchacha de catorce años. Pasó toda la noche y volvió a pasar muchas noches más con la niña, pero a pesar de que la tenía desnuda para él, de que recorría su cuerpo con caricias y besos, no llegó a consumar el acto porque se enamoró. A sus noventa años le llegó el amor. El anciano posteriormente cae en un círculo de desesperación, como esos enamorados adolescentes, que apenas soportan el tiempo que hace falta para encontrarse con la mujer amada.
Del anciano y de la niña nunca nos enteramos de sus nombres. La niña es bautizada Delgadina por el anciano enamorado. Ella trabajaba en una fábrica de botones y cuidaba de sus hermanos pequeños, al estar en una condición de mucha necesidad estaba dispuesta a vender su virginidad por tres pesos. El anciano ganaba catorce pesos al mes en el periódico para el cual escribía, pero eso no le alcanzaba porque lo vemos vender cuadros, joyas y otras herencias familiares para estar con Delgadina. No se nos dice en qué momento transcurre la historia, pero por las condiciones sociales y las referencias podemos intuir que es a mediados del siglo XX.
Que el amor no conoce de edades, que es la sociedad la que impone tradiciones moralistas, que un viejo puede enamorarse y sentir amor como si fuera un joven, todo ello tiene un límite cuando estamos hablando que es un menor de edad el objeto de los deseos y sentimientos, una niña en este caso. Nada justifica ni racionaliza la pedofilia, menos la pederastia. El protagonista podrá tener noventa años, pero no se inmutó, sorprendió o negó a que la virgen que solicitó a su proxeneta fuera una niña de catorce, incluso parecía que era lo usual y lo esperado, que ya antes había estado con menores y lo había pagado y disfrutado.
«Los loquitos mansos se adelantan al porvenir.»
¿Había necesidad de que Gabriel García Márquez utilizara el amor de un viejo por una niña en su novela? Si la niña la hubiera sustituido por una mujer de veinte y tantos no hubiera cambiado en absoluto el mensaje relacionado a la vejez y el amor; sin embargo, ¿por qué una niña? Si fuera una crítica, una denuncia social, ¿por qué el protagonista no tiene una consecuencia real de sus acciones? porque se presume al final que hasta la niña empezaba a encariñarse con el viejo. En el caso de la niña: ¿Es amor o miedo? ¿es amor o dependencia? En el caso del viejo ¿es amor o una perversión obscena y depravada? ¿Es amor o una obsesión insana?
La novela en su aspecto literario es pulcra y tengo poco que agregar que no se haya dicho ya; el problema está en el contenido que no solamente es sensible, sino que califica como una apología a la pedofilia, por más que el discurso sea distinto. Ni Nabokov se había atrevido a tanto.
«La edad no es la que uno tiene sino la que uno siente.»
“La edad es tan solo un estado de la mente” Shakespeare
ResponderEliminarA lo largo de la literatura y del cine, se ha tocado este tema tan delicado de la trata de personas y la pederastia, en muchas de esas historias el lector o el cinéfilo esperaría un castigo, una sanción o un final feliz para sus protagonistas que están siendo explotados, sin embargo no suele ser así, porque no es solo una persona como el “padrote” o el dueño de un prostíbulo quien participa en este flagelo, muchas veces se ven involucradas esferas del poder que reciben ganancias y participan de estos actos ilícitos.
Dicen que el amor no tiene edad, pero si debe tener un límite, y más cuando se paga por tenerlo a la fuerza, desde mi punto de vista creo que el autor plantea una novela de denuncia con un flagelo que sigue vigente hasta nuestros días, seguramente no será una novela recomendada a las nuevas generaciones, ya que como bien has mencionado la novela no posee tanto realismo mágico, sino mas bien se centra en esta relación amorfa no aceptada por la sociedad. Y es posible que muchos lo vean no desde el punto de vista literario sino más bien desde el morbo.
Muchos escritores han tratado de describir el concepto del amor en sus muchas facetas, siendo el más mencionado el amor “eros”, quizás el logro del autor sea de reunir a un hombre que trasciende de este tipo de amor a otro conocido como amor “filial”, sea como fuere el hecho siempre será condenado, pues como bien mencionas, el autor no descubre a ciencia cierta los pensamientos y emociones de la chica y no se llega a saber si realmente es por amor, por miedo, o por coacción la relación.
Aun así “El Gabo” descubre en esta obra el epitome de los sentimientos de un hombre que a sus noventa años siente que puede volver a sus raíces con el amor de una doncella, algo que en la realidad será difícil de comprender, de vivir y de aceptar. Pues el tiempo no perdona y no olvida.