viernes, 26 de junio de 2020

ALGÚN DÍA TE MOSTRARÉ EL DESIERTO de Renato Cisneros


«Estamos camino del Sahara. Qué ganas de llegar. Usaremos turbantes, montaremos camellos que en realidad son dromedarios y pasaremos la noche en las tiendas de campaña de los beduinos, las haimas. No sé que me gusta más: si la palabra haima o su significado, sangre. […] no dejamos de hablar de Julieta, de si percibiría o no el aire caliente que proviene del Sahara. Algún día, hija, te traeré hasta aquí. Algún día te mostraré el desierto.»
Renato Cisneros es un periodista, presentador de televisión y conductor de radio. Tiene la conducción de un programa llamado Conexión en RPP Radio y también uno en televisión, Nada está dicho; además ha trabajado como reportero y columnista para los diarios El comercio y La República. Con esos pocos antecedentes podríamos creer que como escritor sería el Ismael Cala de Perú, pero francamente se encuentra lejos de escribir libros de autoayuda y motivación. Renato Cisneros es un novelista y poeta consumado. Tiene obras de gran calidad literaria como La distancia que nos separa y Dejarás la tierra. Ha logrado reconocimientos internacionalmente, ha sido finalista en varios certámenes literarios y en 2017 fue ganador del premio Trasfuge en Francia.

Algún día te mostraré el desierto es la obra más reciente de Renato Cisneros, fue publicada en junio de 2019 y además tiene un subtítulo: Diario de paternidad. No es un libro de ficción, tampoco respeta la estructura o formato de un típico diario, aunque sí su cronología. En todo caso es un compendio narrativo de las experiencias, emociones y reflexiones del escritor ante la inminente paternidad. La obra inicia con el relato de cómo y dónde conoció a Natalia, quien sería su esposa y madre de su hija, y concluye cuando la bebé, Julieta, tiene apenas unos pocos meses de edad. Todo transcurre en aproximadamente año y medio.
«Escribir es un acto de introspección que remuerde, fastidia, angustia, toca llagas, descorre velos, abre grietas a veces irreparables, pero no es un suplicio.»
La obra entera es una introspección que nos lleva a conocer el mundo de Renato Cisneros, todos aquellos momentos que forjaron su carácter y definieron su personalidad. No es una obra estática que se desarrolla en la mente, porque también Cisneros hace avanzar la historia con la rutina de su nueva vida de esposo y padre, que no es tan típica porque leemos desde los viajes por varios países hasta la compra de muebles para bebé en Ikea. En ocasiones nos encontramos con algunos momentos de humor, tan bienvenidos y necesarios, porque dada la seriedad y profundidad de los temas y el sabor de melancolía que impregna muchas páginas, una sonrisa en el lector se siente hasta catártica.

Ser padre aporta una compresión más amplia del sentimiento de paternidad que Cisneros buscó plasmar en su obra. Ser padre es haber pasado por un arco de vida y experimentado esas emociones al sentir a su vástago crecer dentro del útero de su pareja. Como expresa el autor, nadie está listo ni preparado para ser padre, a lo mucho está dispuesto, pero ese es el combustible suficiente para que esos miedos y sueños converjan, para que vivamos en nuestra mente todo el recorrido de vida de nuestros hijos, desde su nacimiento hasta sus primeros pasos, desde su primer día en la escuela hasta su graduación. Pero ni la paternidad ni siquiera el género son requisitos indispensables para leer esta obra, puesto que tanto si uno se siente identificado con alguna situación que vivió el escritor, como si no, tanto si uno está de acuerdo o en desacuerdo con sus decisiones, abre un canal de introspección de vida. Muchos pueden no ser padres, pero sin duda han tenido uno o al menos una figura paterna.

Además de la paternidad, Renato Cisneros explora la relación de pareja, el matrimonio, el distanciamiento, el desarraigo, la alienación y entre otras cosas la vocación literaria, sus gustos y aficiones. Algún día te mostraré el desierto no solo es un fragmento de su vida, es el resultado de cuarenta inviernos, pero contados con una versatilidad y calidad literaria que es para aplaudir. El uso, riqueza y moderación del vocabulario, los recursos narrativos, la estructura de los párrafos y de las ideas, fluyen naturalmente dando la impresión de una conversación sincera con el lector.
«Muchas veces detrás de un gran libro hay un escritor que preferiría no haber tenido que escribirlo, o no haber tenido que pasar por la experiencia que lo inspiró.»
Leer relatos autobiográficos de grandes escritores, o novelas personales como también son llamados, es siempre una grata experiencia, porque nos lleva a profundizar la humanidad del escritor. Uno siempre idealiza a los creadores de grandes personajes y mundos, a quienes nos cuentan esas historias que nos hacen vivir muchas vidas en una vida; sin embargo, son personas como todos nosotros. No diré que comunes o corrientes, porque tienen un talento, aunque tampoco ese talento surgió de repente o es nato, sino que es el acumulado de miles de horas de prácticas e intentos. El primer libro que publican nunca es su primera historia, atrás de él existe un reguero de centenares de páginas descartadas que jamás vieron los editores.

Recuerdo que mi primera experiencia con una novela personal fue Paula de Isabel Allende. Me pareció fascinante y valiente la forma en que la escritora sinceraba su vida. Me preguntaba el por qué un escritor contaría secretos familiares o cosas muy íntimas que la mayoría de las personas preferiría callar y llevárselas a la tumba si fuera posible. Y es que el escritor también tiene sus propios fantasmas, sus propios demonios y debe liberarlos. A veces leemos historias y creemos que son ficción, damos por hecho que el escritor tiene una gran imaginación, pero en algún momento nos enteramos de que lo que nos cuenta en realidad estaba inspirado en una vivencia personal o familiar. Josephine de Mujercitas es el alter ego de Loisa May Alcott, Por quién doblan las campanas no existiera si Hemingway no hubiese sido previamente corresponsal en la Guerra Civil Española y Rayuela, la antinovela por excelencia, es un retrato de Julio Cortázar.
«La literatura convierte lo ajeno en propio y lo propio en universal.»
Cuando terminé Algún día te mostraré el desierto pensé que, pese a ser un relato personal, los nombres mencionados habían sido cambiados. Muchos escritores hacen eso para proteger a sus familiares o amigos, o para evitar demandas. Pero cuando leí en la dedicatoria el nombre de Julieta me di cuenta de que no. Así que es una obra tan personal que nos hará ver diferente al escritor, más cercano, más humano.

Y entre el conjunto de introspecciones coseché una buena cantidad de pensamientos, aforismos notables, que extraje y con los que cierro este post:
«Si eres una persona mínimamente sensible, te agota más dañar que salir dañado.»

«No vale la pena perder el tiempo en discusiones, al final la existencia es un azar que dura tan poco, todo está expuesto a la maldad.» 

«La patria no es otra cosa que el conjunto de gentes, estancias y recuerdos que a uno lo conmueven, lo representan, lo hacen feliz.» 

«Uno quiere hacerse mayor sin saber que para serlo debe renunciar a su pureza.»

«Nadie conoce la historia verdadera

«Uno se sienta a escribir a solas sin saber ni imaginar las vidas que tocará. Quizá por eso las toca.»

«El arte, cualquier arte, es una prolongación permanente de la realidad, de cualquier realidad. El arte es el lugar donde la realidad cobra sentido. 

«La escritura es un oficio lento, de constancia, paciencia, tenacidad, pero también de transpirar, mirar, recordar, vivir dudar.»

«El dolor de los otros también puede ser nuestro.»

«El carácter se cuaja en el dolor más que en la felicidad, en lo terrible más que en lo gratificante.»

«Las grandes amistades, como los grandes amores, se hacen fuertes en la desgracia, no en la dicha.»

«La literatura no se halla en la dificultad para ser escrita, sino que la literatura es precisamente esa dificultad.»

1 comentario:

  1. "La literatura que se ocupa de las paternidades está colmada de cartas de amor o despedida, recriminaciones, evocaciones melancólicas, homenajes, ataques furibundos y ajustes de cuentas. Si alguien se diera a la tarea de ordenar en un estante libros bajo la etiqueta “Padres e hijos”

    Así comienza una de las columnas que leí haciendo referencia a la obra del escritor peruano Renato Cisneros en la cual derramó su visión de ser padre, mucho concuerdan que la lista de clásicos de este subgénero la dominan hijos que retratan a sus progenitores. (De hecho una de mis ideas descansa en un homenaje a mi madre en una novela). Algunos títulos que rescate son: Philip Roth "Patrimonio", Martin Amis "Experiencia", Paul Auster "La invención de la soledad", Guadalupe Nettel "El cuerpo en que nací", Claudia Piñeiro "Un comunista en calzoncillos", además, claro, del precursor Kafka y su "Carta al padre".

    La mirada inversa de esa relación ha sido referida con menos frecuencia, aunque existen ejemplos emblemáticos, como las "Cartas a mi hija", de Francis Scott Fitzgerald, o "Veinte días con Julian y Conejito", de Nathaniel Hawthorne.

    Algunos críticos dicen que esta obra es más bien un libro mutante: a ratos es su propia historia de amor, a ratos una fugaz novela de aprendizaje, por momentos una compilación de anécdotas sobre sus filias de infancia y a veces un ensayo sobre las inquietudes de un hombre consciente del terremoto que se avecina.

    Colocan a Renato como un amigo con el cual saldría uno a comer, a cenar, y que en su compañía podría uno disfrutar de sus más íntimos secretos y también de la visión del futuro que añora, que espera, aunque le resulte a momentos un poco incomprensible y temerosa.

    El hilo que urde a estas piezas es un relato cronológico que contiene el primer encuentro con la futura madre, Natalia, —narrado con el arrebato de ese amor refrescante que trastoca la monotonía—, el matrimonio, la antesala del alumbramiento, las transformaciones —de las minúsculas a las colosales— y los primeros meses de Julieta en este mundo.

    Porque, aunque pareciera difícil de creer todo hombre sueña en algún momento con casarse y tener hijos, (o por lo menos un buen grupo), pero nunca sueña, o nunca se pone a pensar el desafío, o los retos que esto implica y eso a la larga también conlleva el miedo y el temor implícitos de no saber con que se va uno a enfrentar,

    Hay una simpleza aparente en la prosa de Cisneros, una artificiosa trivialidad en las anécdotas, que esconden cavilaciones devastadoramente crudas, deshinibidas, cínicas.
    Está impregnado de la dosis necesaria de emotividad, sin aleccionamientos sobre la responsabilidad de educar a los hijos, ni cursilería desmesurada. Es, llanamente, la exposición de un hombre ante un evento transformador.

    Y a qué hombre no le cambia la vida ser padre?

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