miércoles, 10 de junio de 2020

LA CORRUPCIÓN DE UN PRESIDENTE SIN TACHA de Francisco Pérez de Antón


«Y es que el poder del presidente no viene del pueblo que le votó. Legalmente sí, viene del pueblo, pero el poder real, el que cuenta, viene de los poderes que lo sostienen. Y esos poderes son las fuerzas vivas del país, los grupos de presión, las minorías organizadas con voz, pero sin voto. La nuestra no es una democracia representativa, sino otra de poderes periféricos.»
Francisco Pérez de Antón tiene una larga trayectoria profesional y de vida. Nació en España, pero tiene más de cincuenta años de residir en Guatemala. Ha sido periodista, columnista, empresario, editor, catedrático universitario y escritor. La mayoría de sus obras se ambientan en Guatemala, cuya historia ha hecho propia. En 2011 recibió el Premio Nacional Miguel Ángel Asturias, un galardón entregado a los escritores guatemaltecos que se han destacado por sus aportaciones a la literatura.

La corrupción de un presidente sin tacha fue publicado en 2019, justo cuando Guatemala pasaba por un período electoral con muchas controversias y polémicas. La política en los países latinoamericanos es tan densa y peligrosa que cualquiera que elija dedicarse a ella seguramente se hundirá hasta el cuello. Imposible que salga limpio e indemne. Alianzas, conspiraciones, traiciones, trampas, intereses particulares, nepotismo, saqueos y lucro es la agenda de muchos partidos políticos, sin mencionar los compromisos con el financiamiento ilícito, estructuras paralelas y crimen organizado. Los escándalos de actos deshonestos han venido a convertirse en la regla y lo que asusta a la población ya no es tanto el acto, sino el monto del delito. En Guatemala, un presidente cumplió condena en una cárcel de los Estados Unidos y hoy es líder político y todavía cuenta con muchos seguidores. Otro presidente se encuentra guardando prisión preventiva desde hace cinco años, junto con su vicepresidenta –y amante– y otras figuras políticas relacionadas su estructura de corrupción. Y algunos que están libres tampoco es que sean blancas palomas, están siendo investigados o han sido señalados. Por mencionar solo a los presidentes, porque haría falta citar a los diputados, jueces, candidatos a la presidencia y otros funcionarios que crispan de indignación y vergüenza. Todos quisiéramos un político íntegro, un gobernante sin tacha, pero ¿es posible? Si fueran matemáticas sería como dividir cualquier número entre cero.
«El idealismo ético es una categoría filosófica que se pone de manifiesto cuando el pensamiento se distancia de la realidad y se centra en nociones abstractas que ignorar las condiciones materiales de la existencia. Y no se pueden poner las ideas por encima de la realidad. No en la vida pública. Las ideas están ahí para asistir a la realidad, no para imponerse a ella.»
Existe personas íntegras con carisma, verdaderos líderes que han construido su carrera y su imagen con trabajo honesto, que se rigen por principios y valores éticos y morales, incapaces de obtener un beneficio si esto es a consecuencia de causar un mal directo o indirecto. Existen personas con ideales, que creen que hay siempre un camino recto para conseguir un objetivo y que de ninguna manera toleran el aforismo maquiavélico de que el fin justifica los medios. Quizá sean muy pocos, pero los hay. ¿Qué pasaría si una de estas personas cansada de ver a su país sumido en un sistema corrupto decidiera correr el riesgo y luchara por una patria mejor? ¿Qué pasaría si una persona sin tacha fuese elegida presidente de un país corrupto? Esa es la tesis central de esta novela de intriga política y con una buena dosis de acción y suspenso.

La sinopsis es la siguiente:
«El carisma político de un joven profesional lo lleva sorpresivamente a la Presidencia de la República. Sus propuestas, sin embargo, son demasiado candorosas como para poder conducirlas a buen fin. Y en medio de una intriga poselectoral enrarecido por la tensión entre el nuevo presidente y la coalición de partidos que lo ha llevado al poder, aparece un misterioso personaje con un proyecto providencial que podría resolver la difícil coyuntura política y económica que aguarda al nuevo gobierno.»
Entiendo a Francisco Pérez de Antón y comparto el sentimiento. Como ciudadano queremos mejores gobiernos, que no trabajen para sus propios fines e intereses oscuros, sino para el bienestar de la población, por el desarrollo del país. Sin corrupción, sin populismo, sin hipocresías. Con acciones concretas, correctas y honestas. Con una reforma al sistema que castigue duramente a quienes se beneficien a costa del país. Pero el deseo se parece más a un sueño utópico que a una realidad posible. ¿Cómo puede el sistema luchar contra la corrupción si el sistema está corrupto?

Más de la mitad de libro son conversaciones discursivas, profundas en sus apologías y en no pocas ocasiones apoyadas en la retórica. Nos hace detenernos y reflexionar sobre lo que acabamos de leer. Lo más sobresaliente es la reunión en el campo de golf, donde el presidente recién electo, Daniel Sanabria, su vicepresidente, Tulio Expósito y el pequeño gabinete de gobierno, discuten una propuesta de un inversionista representante de una firma internacional consistente en un proyecto de más de cuatro mil millones de dólares que daría trabajos formales a decenas de miles de guatemaltecos, aumentaría el nivel de ingresos, las arcas del Estado y el PIB, además que crearía un camino a la modernidad y desarrollo basado en una infraestructura que países desarrollados poseen y que es necesaria para hacer cambios sostenibles en la movilidad y el transporte. Esta propuesta es la concesión de los tramos ferroviarios en un usufructo de cincuenta años. El dilema es la procedencia de la inversión, pues no puede certificarse su legitimidad y por la presión da la apariencia de lo que en realidad es, lavado de dinero.

Daniel Sanabria, Tulio Expósito y el petit comité –así llama el autor al pequeño gabinete– discuten sobre la ética de utilizar esos fondos. Daniel Sanabria, quien tomará el cargo presidencial en unos meses, deberá ser convencido por las personas que formaron la coalición política que lo llevó a ganar las elecciones. Daniel Sanabria, como lo dice el título, no tiene tacha y además es idealista. Los argumentos de él, al menos en esta primera parte, son más bien cándidos, evidencian su ingenuidad e idealización de la política, además de la sorpresa de no haber estado preparado para abordar un tema de esta naturaleza. Daniel Sanabria es un arquitecto joven sin afiliaciones ni experiencia política, tiene cumplido cuarenta años, apenas la edad mínima para un presidente según las leyes del país. En contraste, los otros integrantes a la mesa son políticos y Tulio Expósito en especial tiene una extensa carrera y sabe moverse con sutileza en ese ámbito. Los puntos de vista económicos, políticos, sociales, éticos y filosóficos del resto de los integrantes de la mesa no solo están mejor argumentados, sino que dejan en evidencia la monstruosidad del sistema y que un solo hombre, por muy bueno que sea, sería como un Quijote embistiendo a un molino de viento.

Si no lograban convencer al presidente electo, siempre había un “plan B, afortunadamente no hubo necesidad de caer en él porque el presidente había contraído un extraño virus que justo y coincidentemente en el momento más apropiado, le hace caer en coma. Y eso es probablemente lo que más tiende a hacerme ruido en la novela, las casualidades, que no son pocas y todas resultan convenientes. Hay otras historias alternas que involucran a agentes de la DEA, Interpol, una hacker y unos guardaespaldas convertidos en sicarios que contrastan bastante con el otro hilo narrativo, aquí la historia toma un cariz de thriller.

En coma, Daniel Sanabria comienza un proceso de introspección. Son capítulos enteros de ese viaje por la ética, filosofía y política. Repasando cada argumento, entendiendo su situación, analizando cada posible decisión que podría tomar o no tomar. Lo cual es un recurso narrativo que podría detener la fluidez, pero resulta que esa inacción es todo, menos aburrida. Es como si en realidad estuviéramos leyendo un ensayo del propio escritor acerca de la ética en la política.

Hasta aquí me parece que ya he contado suficiente de la trama. Generalmente no lo hago, pero el valor del libro reside en esos diálogos e introspecciones que difícilmente podría capturar en una reseña. Particularmente me parece que era una novela que daba para más, se queda muy corta. Todo pasa muy rápido y, como lo mencioné anteriormente, muy conveniente a la trama, lo que resta credibilidad. Supongo que existía presión por la editorial para la publicación del libro previo a las elecciones, pues es cuando alcanzaría mayores ventas en una población indecisa por cualquier candidato en una papeleta con más opciones que una ficha de lotería.

Daniel Sanabria en un inicio me parece muy idealizado. La persona más correcta para el puesto más incorrecto, obteniendo un triunfo histórico y contundente de la forma más democrática y transparente y junto a las personas más opacas. Muy acartonado para ser el centro de la novela. Como alguien que pretende jugar ajedrez cuando ni siquiera entiende el movimiento del caballo. Existe un desarrollo y despertar del personaje, eso lo convierte un poco más político, pero sus ventajas parecen faroles en comparación a quienes controlan el sistema. ¿De qué le sirven pruebas si los fiscales o los jueces pueden desaparecerlas o desestimarlas? Probablemente si Pérez de Antón hubiera continuado, a su personaje no le quedaría más que enfrentarse a su propia tragedia. Y cómo decía Orson Welles, «un final feliz depende de donde decidas detener la historia
«El Buen Pastor abandona el rebaño para rescatar a la oveja extraviada. Hermosa idea. Pero en la vida pública eso sería una locura. Lo justo, lo debido, si se quiere salvar el rebaño, es sacrificar a la oveja perdida».
Es un libro que se disfruta bastante, no solo porque la historia atrapa y está bien escrita, sino porque contiene interioridades de la vida política guatemalteca. Se mencionan hechos y personajes que han formado parte de los escándalos públicos en los últimos diez años, además eventos y lugares muy conocidos, que guardan un espacio en la memoria de esta generación. Los personajes principales y secundarios son completamente ficticios –con la salvedad de que cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia–.  

Una novela muy recomendable y para cerrar este post, dejo algunos aforismos que valen la pena extraer y recordar:
«Las ideologías solo son espejitos de las que se valen los listos para utilizar a los tontos.»

«Las ideologías y los ideólogos son buenos para llegar al poder, mas no para gobernar.»

«Las ideas se desgastan, envejecen, se esfuman. Las tradiciones, en cambio, permanecen. Y la gente se aferra a ellas por ser parte de su identidad.»

«Por pensar demasiado en lo que debemos hacer, dejamos de hacer lo que preciso que hagamos.»

«El sistema no puede acabar con la corrupción porque la corrupción es el sistema.»

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