«Siguieron unos días callados y luego volvieron los motines inútiles y sangrientos. Me invadió un rumor colérico. Yo ya no era el mismo, con la iglesia cerrada y sus rejas vigiladas por soldados que jugaban en cuclillas a la baraja. Me preguntaba de dónde vendrían aquellas gentes, capaces de actos semejantes. En mi larga vida nunca me había visto privado de bautizos, de bodas, de responsos, de rosarios. Mis esquinas y mis cielos quedaron sin campanas, se abolieron las fiestas y las horas y retrocedí a un tiempo desconocido. Me sentía extraño, sin domingos y sin días de semana. Una ola de ira inundó mis calles y mis cielos vacíos. Esa ola que no se ve y que de pronto avanza, derriba puentes, muros, quita vidas y hace generales.»
Elena Garro fue una escritora mexicana. Es considerada una de las figuras de la dramaturgia más importantes de su país y su legado es aplaudido por la crítica. Pese a que se le ha etiquetado como precursora del realismo mágico, ella rechazó la afirmación al considerarla comercial y mercantilista antes que un verdadero movimiento literario. Con frecuencia también se le ha considerado como un símbolo del movimiento feminista mexicano, aunque particularmente nunca lo fue. Durante más de veinte años estuvo casada con el también laureado escritor mexicano Octavio Paz, hasta su divorcio en 1958. Su hija con Octavio, Helena Paz Garro, es la responsable de que esta obra, Los recuerdos del porvenir, no haya quedado convertida en cenizas.
Según Elena Garro, quería quemar Los recuerdos del porvenir. Ya la había puesto en la estufa cuando su hija se la arrebató y se fue a encerrar con ella a su cuarto. No recuerda –o no quiso decir– por qué quería quemar su manuscrito y tampoco qué le convenció de publicarlo. Esta novela, su primera novela publicada, había sido escrita una década atrás, mientras estaba en otro continente y enferma. Luego de terminarla fue a parar a un baúl donde estuvo oculta.
Los recuerdos del porvenir es una novela donde la voz narrativa no es una persona, sino un pueblo, el pueblo de Ixtepeq. No es que cada persona dentro del pueblo tenga una voz dentro de la narración, sino es el mismo pueblo como ente vivo y consciente quien relata algunos acontecimientos de sus habitantes y las peripecias que deben pasar ante la presencia y humillación de los militares. La historia se sitúa a finales de los años veinte, justo en medio del conflicto armado conocido como Guerra Cristera.
«Aquí estoy, sentado sobre esta piedra aparente. Solo mi memoria sabe lo que encierra. La veo y me recuerdo, y como el agua va el agua, así yo, melancólico, vengo a encontrarme en su imagen cubierta por el polvo, rodeada por las hierbas, encerrada en sí misma y condenada a la memoria y a su variado espejo.»
Que el narrador sea un pueblo dota a toda la novela de un surrealismo que sin dificultad nos pierde en una prosa poética de gran calidad lírica. Su estilo es bastante elegante, limpio y emotivo. Para su tiempo fue muy innovadora e incluso recibió el premio Xavier Villaurrutia que era uno de los más importantes en las letras mexicanas. No tardó mucho en convertirse en un hito nacional. Actualmente Los recuerdos del porvenir ocupa una posición igual en importancia a la de Pedro Páramo de Juan Rulfo.
Cien años de soledad fue la novela que comenzó con el movimiento del realismo mágico, que en realidad era una forma de clasificar a una variante del movimiento del realismo literario del Siglo XIX, en donde las narraciones contenían ciertos elementos fantásticos propios del folklore y que su aparición era tomada como algo normal, parte de la realidad. La obra Los recuerdos del porvenir fue publicada cuatro años antes de la obra de García Márquez, pero no tuvo demasiada difusión fuera de México. Otros críticos literarios consideran que fue la obra Leyendas de Guatemala de Miguel Ángel Asturias la verdadera precursora del realismo mágico, pues fue publicada en 1930 y ya contaba con los elementos característicos, además de que la misma si contó con una difusión internacional, principalmente en Europa y pudo haber sido fuente de inspiración y referencia para los escritores del Boom latinoamericano.
Los recuerdos del porvenir personalmente me parece una obra sobrevalorada. No estoy afirmando que no sea buena, pues tiene varios elementos que es imposible no destacar, pero no me parece que esté a la altura de otras grandes obras literarias como Cien años de soledad, Rayuela y La ciudad y los perros. Puede que sea un libro de referencia para un estudiante de literatura, donde puede darse a la tarea de encontrar recursos narrativos, simbolismos, referencias históricas, referencias de la vida de la propia autora, etc., sin embargo, para un lector casual el libro pronto se vuelve intrascendental y aburrido.
El propio título, Los recuerdos del porvenir, es un oxímoron que ya anuncia la retórica discursiva donde las formas que las palabras adoptan son más importantes que la coherencia del relato. A veces da la impresión de que estamos ante recuerdos de una memoria que no es capaz de apreciar los detalles, sino las sensaciones, como cuando tratamos de acordarnos de un sueño que nos pareció muy vívido, pero que al despertar lo único que tenemos son retazos de emociones. He leído muchas novelas que tratan de ciudades, pueblos o países, y la abundancia de personajes generalmente está también ligada a la extensión. No se puede abordar una historia rica en personaje sin que se le permita a cada uno de ellos una definición más allá que un nombre y algunos diálogos. Los recuerdos del porvenir es una novela que apenas supera las trescientas páginas por lo que sus personajes se diluyen, carecen de profundidad y es difícil que el lector simpatice con cualquiera de ellos. Si no se fuerza el simbolismo representado en sus personajes, ninguno destaca. Francisco Rosas, Felipe Hurtado, Julia Andrade, Juan Cariño y toda la familia Moncada y muchos personajes más tienen escenas, apariciones, no viven dentro del relato. Son y de repente no son más.
La edición de Alfaguara de Los recuerdos del porvenir trae consigo cinco reseñas de las escritoras: Gabriela Cabezón-Cámara, Isabel Mellado, Lara Moreno, Guadalupe Nettel y Carolina Sanín. Lamentablemente algunas de estas reseñas tienen un sesgo feminista increíble, una de ellas llama despectivamente a los escritores del Boom latinoamericano como un movimiento de hombres blancos heterosexuales. Elevan a Garro y a su obra no tanto por los méritos de su calidad literaria, sino porque Garro era mujer, incluso denostan a Octavio Paz como obstáculo para Garro. Otra de ellas reconoce el valor de Los recuerdos del porvenir por el papel de las mujeres dentro de la obra y no por sus características y estilo narrativo. Particularmente considero que Isabel Allende y su Casa de los espíritus tiene más méritos para ser comparada con Cien años de soledad que esta obra de Garro y considero que la Hija de la fortuna, Retrato en sepia y Paula son obras de Allende mucho más satisfactorias por el papel determinante de la mujer como protagonista de su destino. “Los recuerdos del porvenir es una obra que no es feminista y no debería hacerse ninguna apología al respecto, en todo caso los símiles que puedo rescatar es la opresión y terror ocasionado por los militares, de ver en cada ciudadano honrado un enemigo, que en lugar de cuidar al pueblo al que juraron proteger con su vida, se convierten en los verdugos, acaban con la paz y traen zozobra. Eso es Los recuerdos del porvenir, las memorias de un pueblo que lloró mejores momentos y vio la sangre de sus hijos correr por sus calles a manos de personajes con botas y fusiles que provenían de todos lados.
«La memoria contiene todos los tiempos y su orden es imprevisible.»
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