lunes, 22 de junio de 2020

¡SÁLVESE QUIEN PUEDA! de Andrés Oppenheimer


«En Finlandia, un país que siempre figura en los primeros puestos de los exámenes estudiantiles internacionales, ya se han cambiado los planes de estudio para que en el 2020 comiencen a reemplazarse las asignaciones clásicas de las escuelas por otras que enfaticen cuatro competencias que serán clave: la comunicación, la creatividad, el pensamiento crítico y la colaboración.»
Andrés Oppenheimer es uno de los periodistas más respetados a nivel mundial y ha publicado artículos en más de cincuenta periódicos. Es famoso por su programa Oppenheimer Presenta transmitido por CNN en Español desde hace varios años. La forma crítica y profunda en que aborda temas económicos, políticos y sociales aunado a la calidad de sus invitados, lo ha llevado a ser considerado uno de los intelectuales más influyentes de América Latina.

Oppenheimer ha publicado desde 1992 hasta la fecha once libros. Los primeros abordaban temas muy específicos, crudos y de actualidad, realizando un periodismo de investigación de gran valor y con un entregable que se asemejaba más a un ensayo doctoral. De esta primera etapa debo destacar México en la frontera del caos: la crisis mexicana de los noventa y el efecto tequila y la esperanza del nuevo milenio, y Ojos vendados: Estados Unidos y el negocio de la corrupción en América Latina. Pero no fue hasta la publicación de Cuentos chinos en 2005 que Andrés Oppenheimer conquistó las librerías y se convirtió en un escritor de bestsellers. La fórmula había cambiado. Oppenheimer se había vuelto mucho más amigable con el lector promedio, sin descuidar en ningún momento su mensaje. En esa misma línea también fueron publicados ¡Basta de historias!, Crear o morir y, finalmente, ¡Sálvese quien pueda!
«Si una persona tiene que concentrar sus energías en conseguir su próxima comida, difícilmente podrá concentrarse en mirar más allá de las próximas horas y no podrá quebrar su ciclo de pobreza.»
Andrés Oppenheimer desde Cuentos Chinos se ha convertido en un testigo, un narrador presencial. Él ahora es parte del relato, no se limita únicamente a describir lo que observa y escucha, sino que también lo combina sutilmente con la emotividad que debe manar ante sus impresiones, ya sea de asombro o desaprobación. Las teorías que devienen de sus fuentes bibliográficas se transforman en los engranajes que mueven las historias que nos cuenta. Los ladrillos con los que construye sus libros son viajes a diversos países y entrevistas con personalidades, y con frecuencia también nos relata algunos pormenores de sus viajes con brillos de ironía y humor que en realidad no suman demasiado, pero que le dan ese toque más humano y accesible. 

Pese a ese espíritu de road movie en sus libros, Oppenheimer tiene muy clara las tesis que desea transmitir y ¡Sálvese quien pueda! no es la excepción. Con cada capítulo es el lector y no el escritor, el que termina extrayendo las conclusiones. Los argumentos de Oppenheimer suelen estar bien fundamentados y realiza una serie de análisis comparativos dependiendo el tema que esté tocando. Se apoya en información estadística, pero de una manera referencial para no perder la fluidez en la narración.

En ¡Sálvese quien pueda! la tesis principal es el desempleo producto de la automatización y la tecnología. Siempre ha habido temor de que las máquinas remplacen a la mano de obra tradicional –a las personas–, pero históricamente esta transformación ha creado más puestos de trabajo en compensación a los que destruye. La Revolución Industrial no llevó al desempleo a miles de artesanos, sino que creó nuevas posibilidades e hizo accesibles productos que únicamente estaban reservados para la aristocracia, fue un proceso de destrucción creativa. Un automóvil antes de que Henry Ford entrara en el negocio era sumamente oneroso, muy pocos podían permitirse tal extraño lujo. Hoy en día los automóviles son tantos y tan comunes que pasamos en promedio un 15% del día en el tráfico. El punto está que las grandes empresas que lideran los primeros puestos del Forbes no son los productores de automóviles o de electrodomésticos, tampoco refinan y venden derivados del petróleo, sino que son empresas de tecnología. Mientras una empresa en la industria automotriz o aerolínea podría dar trabajo a cientos de miles de empleados, una empresa de tecnología apenas necesita unos cuantos miles y cada vez el número tira para menos. Facebook tiene 35 mil empleados mientras que Toyota 327 mil, Google tiene 60 mil empleados mientras General Electric tiene 300 mil. La diferencia es que Facebook y Google tienen una planilla de ingenieros que constantemente están desarrollando sus plataformas y expandiendo las posibilidades de los algoritmos, obviamente sus rentas son mayores y sus acciones también tienen un precio más alto.

El desplazamiento de trabajo físico operativo y repetitivo era al que estábamos acostumbrados. Por ejemplo, todos esperan que haya una máquina que pinte más rápido y mejor, pero siempre hay alguien que está programándola, revisando su funcionamiento, dándole mantenimiento. La máquina no es autónoma y necesita supervisión. Pero si la máquina no solo pintara, sino que también tomara decisiones sobre la calidad de sus materiales, la tonalidad y los acabados. Que además detectara posibles fallos en su funcionamiento y ejecutara un comando de mantenimiento. Eso ya está pasando. Otro ejemplo más sencillo, los editores de texto cada vez son más intuitivos e inteligentes; Word, por ejemplo, ahora no solo señala errores ortográficos, también de sintaxis y da sugerencias de edición, además que toma dictados y es capaz de leer lo escrito, respetando los signos de puntuación. 

Todo lo que pueda automatizarse se automatizará y todo lo que pueda hacer un robot sin duda lo terminará haciendo un robot. No se trata del Uber que conocemos remplazando a los taxistas, porque en todo caso es una transformación del servicio, no se elimina la plaza de una persona; pero si los vehículos se vuelven completamente automatizados, que se conduzcan solos ¿hay necesidad del piloto? Existen ya vehículos con esas cualidades, incluso Uber ya ha experimentado con ese proyecto. Si bien es cierto que se requiere de más tiempo y expansión de la tecnología para hacerla completamente viable, no será cuestión de décadas, sino de apenas años para ver esa realidad. ¿Qué será de todos los pilotos de Uber? Oppenheimer nos presenta ejemplos muy puntuales de desarrollos tecnológicos que ya están empezando a remplazar a periodistas, trabajadores de restaurantes –meseros, cocineros, cajero–, supermercados, banqueros, abogados, contadores, aseguradores –corredores, suscriptores, analistas, inspectores–, médicos, docentes, operarios y transportistas.

Otro ejemplo burdo y un poco más accesible: en los parqueos de pago, hace veinte años, había una persona en una garita de ingreso que entregaba un ticket para registrar la hora y otra persona en la garita de egreso para hacer el cobro por el tiempo que el vehículo permaneció adentro de las instalaciones. Hoy en la entrada encontramos un pedestal donde oprimimos un botón que entrega una tarjeta con una banda magnética que al momento de salida la validamos en una estación automática que cobra en efectivo o con tarjeta de crédito de forma exacta y es capaz de dar cambio y entregar factura. Todo se hace rápido y sin necesidad de interacción humana. Son muy pocos los lugares que quedan con ese método arcaico de garitas y personas cobrando. Incluso el método de estaciones de pago y pulsar botones ya está obsoleto, porque puede ser sustituidos por lectores de matrícula que hacen el cargo de forma automática a la tarjeta de crédito. Los cajeros automáticos redujeron la necesidad de operaciones repetitivas para los cajeros de banco (suprimieron muchas plazas) y actualmente hacemos más transacciones en línea, en la banca virtual, que en las agencias bancarias. ¿Alguien recuerda a los ascensoristas? Siempre me he preguntado qué función desempeñaban, cualquiera puede oprimir un botón, todavía he encontrado algunos edificios que se niegan a suprimirlos.

Ni el cine está a salvo. Todos nos sorprendimos cuando vimos en Rogue One el regreso de Peter Cushing interpretando a Gran Moff Tarkin, el problema es que la película es de 2016 y Peter Cushing murió en 1994. Hemos visto personajes completamente generados por computador como Gollum, Cesar y Thanos, y nos hemos sorprendido por la gran calidad técnica de su puesta en escena, se ven sorprendentemente reales. Pero al digitalizar a una persona, a un actor que ya ha fallecido, se abrió un parteaguas. Podría haber personajes completamente digitales que ni envejecen ni enferman, que no se someten a cirugías y que cuya vida social no puede afectar el desempeño de la película. De hecho, los estudios ya analizan con algoritmos todos los comentarios y críticas, así como las reacciones del público en los estrenos, para hacer películas más rentables. Una cosa es que tengan la información y otra es que no la escuchen ni la sigan, como hemos visto en algunos casos, pero la tecnología lo permite. Rápido y Furioso es una franquicia que no se ha desgastado, pese a todas sus entregas, porque precisamente entrega a su público lo que quiere ver, mientras que Terminator al pecar de pretenciosa y progresista, ignora las expectativas de su público objetivo y entrega una película para el fracaso.

La música incluso no se salva del todo. Si reconstruir a un actor digitalmente ya es posible, es mucho más fácil con la voz. Los estudios musicales afinan digitalmente la voz, la suavizan, editan todos los instrumentos, crean efectos, repeticiones. Las canciones actuales que tienen éxito y ocupan buenos puestos en las listas de popularidad, por muy bueno que sea el artista o intérprete, recibió mucha ayuda de programadores. La música dejó de ser orgánica. Hace falta escucharlos en vivo para darnos cuenta, eso cuando no usan playback. Hay incluso programas que aprenden y son capaces de componer una melodía.

Pero no todo parece tan funesto en un futuro donde los humanos serán remplazados por la tecnología y la inteligencia artificial. Hay profesiones que requieren mucha empatía donde las emociones son la clave, por ejemplo, los vendedores bussiness to bussiness o los directores de organizaciones. Hay decisiones que requieren una visión más amplia que la que solo un algoritmo puede dar. Las profesiones del futuro estarán muy ligadas con el control, creación y desarrollo tecnológico, pero también con capacidades empáticas y de atención. La preparación en habilidades blandas, además de las académicas, serán de suma importancia.
«¿Cuáles serán los trabajos que sobrevivirán? Es muy fácil, si tu trabajo puede explicarse fácilmente, puede automatizarse, si no, no.»
Si tu trabajo es repetitivo y rutinario y no haces nada para prepararte ni actualizarte, ese trabajo multiplicado por cien lo podría hacer un robot o un programa más eficaz y eficientemente. ¡Sálvese quien pueda! es un libro que nos hace reflexionar sobre las condiciones actuales. No debemos ver de ninguna manera a la tecnología como una amenaza, sino un facilitador de oportunidades. Si pensamos que nuestros empleos están en riesgo es porque nuestra posición en la cadena de valor no es clara o debe mejorar. Muchas personas han creado pequeñas fortunas desarrollando aplicaciones y otras utilizándolas. El futuro no es para los conformistas.
«En una sociedad sin dinero en efectivo, será mucho más difícil evadir impuestos, recibir sobornos o hacer negocios ilícitos.»

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