martes, 26 de mayo de 2020

ALEGRÍA de Manuel Vilas


«¿Pensaría alguna vez en el suicidio? Jamás. Él Jamás. Y en ese jamás veo la esperanza. Lo cierto es que yo tenía ganas de morir, pero ese deseo esta vez no procedía del miserable de Arnold ni de ninguna tristeza insuperable. Esas ganas de arrojarme a las aguas se originaban en el impulso hacia la extinción. La plenitud que debe de hacer en el adiós vivido hasta su más extrema profundidad.»
Manuel Vilas publicó en 2018 su obra Ordesa que rápidamente se convirtió en un fenómeno literario no solo para los hispanohablantes, sino en todo el mundo. Fue a traducida a varios idiomas y llevó a su autor a recorrer muchas librerías y certámenes en varios países. La consecuencia directa de Ordesa fue Alegría y esta tampoco pasó desapercibida llegando a ser finalista del Premio Planeta en 2019.

Ordesa, aunque esté clasificada como una novela, en realidad relata la relación paterna entre Manuel Vilas y sus progenitores. La forma de abordar el pasado hace que toda su narración sea una larga prosa, colmada de simbolismo y lirismo. Una obra muy bella, escrita con un tono melancólico donde no es difícil identificarse con el escritor porque la historia de su familia es tan parecida a la historia de muchas otras; su España de antaño, de Franco, no es diferente a nuestros países latinos de los años cincuenta o sesenta. Ordesa es como una fotografía en sepia con muchos detalles que apenas pueden ser notados porque el tiempo es inevitable y tiende hacia el olvido. Ordesa es la catarsis de un escritor que ya no necesita de ninguna ficción porque su vida le es suficiente. Alegría es diferente.

Alegría continúa con el estilo de Ordesa. Nos encontramos con un lirismo cautivante y una narración en primera persona que contempla y contiene todo. Aparecen los mismos personajes familiares rebautizados con nombres de compositores clásicos y otros recursos de simbolismos como ponerle nombre a las emociones o sentimientos, un ejemplo de ellos es que el ruido simboliza las emociones negativas como soledad y depresión y a su vez toma el nombre de Arnold Schönberg, que fue un compositor austriaco del Siglo XX del que jamás había oído. Sin embargo, mientras leía Alegría me daba cuenta de que había algo distinto a Ordesa, que a pesar de que todo estuviera allí, carecía del mismo espíritu, naturalidad y franqueza. ¿Qué había pasado?

Alegría toma como eje principal la relación entre el narrador y sus dos hijos. Pero a medida que avanzamos con la lectura nos damos cuenta de que en realidad el eje es la apatía y depresión. El libro calza mejor con el nombre Melancolía porque en efecto eso es en toda su extensión, pero no aparece como una consecuencia natural sino como un padecimiento crónico e incluso hiperbólico que roza con la credibilidad. Alegría es como un Ordesa 2 con los mismos personajes, pero con diferentes actores. El narrador ya no es el propio Manuel Vilas sino que es una voz que toma de partida sus experiencias y que encamina cada página más hacia una ficción emocional. 
«La luz de la vida es el agradecimiento.»
Alegría es una obra un poco tramposa. Manuel Vilas nos hace creer que es él porque todos los elementos lo señalan así y porque si leímos Ordesa lo damos por sentado. Tenemos al escritor de país en país y de hotel en hotel, en ocasiones solo, en otras acompañado, presentando su último libro que fue un éxito porque hablaba de su familia, de sus padres. El narrador debe lidiar con autógrafos y también con el encuentro con personas que dicen haber conocido a sus padres o bien, familiares que no había visto en muchos años. Nunca nos dice que el libro es Ordesa y tampoco que el escritor es Vilas, pero ¿Quién si no? Si está Valdi, Bach, Wagner y compañía. Con las palabras del narrador a medida que avanzamos e incluso con el guiño que hace con el suicidio empezamos a dudar y finalmente nos damos cuenta de la trampa narrativa. Alegría es una autoficción.

Ordesa no tenía una estructura especial, tampoco Alegría. Es un libro que podrías cogerlo en cualquier parte y leerlo como si fuera Rayuela y no perdería el sentido. Haría una excepción en los capítulos finales donde hay una especie de redención, superación o aceptación y los personajes familiares evolucionan y cambian sus nombres por actores de cine clásico. Pero debo indicar que este cambio se siente forzado y no existe ningún acontecimiento especial, que resalte entre el resto, que lleve a esa consecuencia.

Es difícil comentar Alegría sin tener la sombra de Ordesa en cada momento. Es un enorme esfuerzo. Es probable que sin el primero nunca hubiese leído el segundo y si lo hubiera hecho probablemente no me hubiera sentido tan burlado o decepcionado. 
«Si sabes ver y retener en tu alma todo cuanto tu madre te dio, no morirás nunca.»
La portada en la que predomina el color celeste es contraria al color predominante de las palabras, gris. Nunca había visto una portada tan poco representativa de su contenido. Supongo que tiene que ver incluso con el título, que no representa a la obra, aunque el narrador en el primer párrafo se esfuerza por justificarlo con que todo, incluso el dolor y la tragedia, tarde o temprano acaba en alegría. Un oxímoron.

Alegría es una oda al individualismo. El narrador se queja de todo, aunque de una manera muy abstracta y poética, pero no acepta responsabilidad, ni siquiera de su propia vida o de su muerte, dice preocuparse por los demás, por sus hijos, por su pareja o por sus padres muertos, en realidad solo habla de él y todo es él con respecto a los demás y a todo. Alegría es la apoteosis del nihilismo. El narrador es la negación de todo, sin fe, sin dios, sin moral, sin planes, sin sueños, sin futuro. Camina en lo que él cree son ruinas y decadencia, pero no intenta cambiar nada y tampoco lo acepta. Mientras era fácil identificarnos con Manuel Vilas en Ordesa, es bastante difícil, sino imposible hacerlo con el narrador en Alegría. Nadie soporta por mucho tiempo a las personas que destilan negatividad hasta inconscientemente y todo el tiempo se quejan de todo.

El narrador de Alegría llega incluso a situaciones que son risibles y patéticas, como cuando se quiere comprar pantalones nuevos porque los que tienen no le quedan ya que ha bajado de peso y llega a la conclusión que un hombre viejo no merece pantalones nuevos. Cuando lleva a reparar un par de zapatos viejos y esto le causa un conflicto existencial porque el costo de la reparación es muy caro, y no digamos cuando va a probarse zapatos a las tiendas y no compra ninguno porque eso le causa zozobra, porque entiende que si se compra un par de zapatos nuevos está en la obligación de caminar. O cuando se molestó porque se le arruinaron un par de calcetines baratos, seis pares por tres euros, y por eso usaba los de su pareja, porque ella había comprado unos de mejor calidad. Leer eso no causaba más que vergüenza ajena: si necesitas unos pantalones vas y te los compras, si son zapatos, lo mismo, no es que el mundo se acabe en esos detalles tan banales, y nuestro narrador tampoco es pobre, aunque se empecina en demostrar que si no puede permitirse un Rolex, hospedarse en una sweet o viajar en clase ejecutiva, sí que es tan pobre que debemos compadecernos de él.

El narrador también es un anticapitalista (no de pensamiento de izquierda porque eso contradice su nihilismo). Dice que el capitalismo nos roba la alegría. Le hubiera gustado comprarle un reloj Seiko de USD 300 a su padre, pero en lugar de eso únicamente le alcanzó para un Casio. Por eso cada vez que podía se servía más refill de soda en un restaurante de comida rápida o se aplicaba en exceso muestras de perfumes caros en los aeropuertos. Ese espíritu anticapitalista era tan risorio como contradictorio porque por el capitalismo es que viajaba por el mundo, se hospedaba en buenos hoteles, comía en finos restaurantes y vendía sus libros, incluso a sus familiares. Ignoro que pretendía hacer Manuel Vilas con su personaje.
«La imperfección de la vida justifica el suicidio.»
Alegría es una obra literaria muy bien escrita y de la cual podemos disfrutar su estilo narrativo y uso del lenguaje. El contenido es otra cosa, hay momentos que brilla como los encuentros en las firmas de autógrafos, y otros como los mencionados en el párrafo anterior, que hubiera sido mejor no leerlos o que el editor suprimiera esos capítulos. No hay ninguna historia que contar realmente, pero aún así se cuenta algo.
«Llegué por el dolor a la alegría.» José Hierro

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