jueves, 7 de mayo de 2020

LAS LEGIONES MALDITAS de Santiago Posteguillo


«No eran ya monedas, sino el óbolo necesario para que el dios Caronte permitiera a las almas de aquellos hombres cruzar el río Aqueronte en las entrañas de la tierra, para que de esa forma todos y cada uno de aquellos oficiales no quedaran sin culminar el tránsito entre la vida y la muerte, entre el reino de los vivos y el palacio del Hades en el Elíseo del inframundo.»
Las legiones malditas es la segunda entrega de la trilogía de Escipión que trata sobre el ascenso, auge y caída de uno de los más grandes generales romanos: Publio Cornelio Escipión Africano. La grandeza de un héroe se define por su antagonista. Publio tenía muchos enemigos, poderosos y peligrosos, pero dos eran por mucho los más sobresalientes que marcaron su vida e incluso la historia. El primero era su adversario en la guerra, el general cartaginés Anibal Barca, un estratega formidable, hecho por y para la guerra, el terror de Roma. El segundo era Quinto Fabio Máximo, un político romano que controlaba el senado, que creía ser el salvador de la república y que veía en el ascenso de Escipión un peligro para la paz y el sistema.

Las legiones malditas continúa con el mismo ritmo y estilo que su antecesora. Volvemos a tener los mismos elementos característicos que definen esta obra: intriga, política, conspiraciones, estrategia y batallas. Santiago Posteguillo con su trilogía nos da una catedra de historia romana del siglo III a. C. al mismo tiempo que nos entretiene con una épica comparable a una saga heroica y fantástica. Esta es la sinopsis:
«Publio Cornelio Escipión, conocido por el apodo de Africanus, era considerado por muchos el heredero de las cualidades militares atribuidas a su padre y a su tío. Pero de ellos no sólo había recibido estos magníficos atributos, sino también algunos enemigos, entre otros Asdrúbal, el hermano de Aníbal, y el general púnico Giscón, quienes harían lo posible por acabar con su enemigo y masacrar sus ejércitos. Los enemigos también acechaban en Roma, donde el senador Quinto Fabio Máximo, en una jugada maestra, obliga a Escipión a aceptar la demencial tarea de liderar las legiones V y VI que permanecían desde hacía tiempo olvidadas en Sicilia. Así, según creía el senador, lograría deshacerse del último de los Escipiones. Pero otro era el destino de las legiones malditas que, de la mano de Africanus, lograrían cambiar un capítulo de la historia.»
En esta segunda entrega también hay grandes batallas, por lo que el grado épico suma todavía más puntos. Posteguillo nos narra la batalla de Baecula, de Ilipa, el asedio de Útica y la emboscada a la caballería de Hanón, la derrota sobre los campamentos de los generales cartagineses Sífax y Giscón. Pero nada se compara a la batalla que definió el triunfo de Roma sobre Cartago, la gran batalla de Zama, donde finalmente Escipión se enfrenta a Aníbal e incluso hay un combate cuerpo a cuerpo entre estos dos generales. Aníbal fue mejor con la espada que Escipión, pero no logró matarlo. Escipión fue mejor estratega en la batalla y en la guerra, pero tampoco logró matar o capturar a Aníbal. La batalla de Zama fue un punto de inflexión de la historia de occidente. Si Cartago hubiera vencido, Europa y África hubieran sido dominios de un imperio púnico.

Aníbal y Escipión eran muy parecidos. Tanto el senado de Cartago como el senado Roma no veían con buenos ojos a sus generales y preferían verlos derrotados antes que cruzasen victoriosos las calles de sus respectivas ciudades. Aníbal fue traicionado al privarlo de suficientes barcos, caballería e infantería experta para hacer frente a Escipión, sus legiones, veteranos y aliados. Eran dos ejércitos muy parecidos. La fuerza no fue la que decidió la victoria, fue la estrategia. Ambos eran inteligentes y cada uno buscaba anticipar el movimiento del otro. Escipión no fue favorecido, solamente sus decisiones sumaron mejor. 
«Todo hombre es corruptible, absolutamente cualquier hombre, hasta el más honesto es corrompible, pues, de un modo u otro, todos tenemos un punto débil.»
El valor de Publio Cornelio Escipión como general y líder romano queda de manifiesto no solo por haber obtenido una victoria tras otra, sino también porque lo hizo junto a dos legiones que habían sido maldecidas –de allí el título– por haber huido de la batalla de Canae.  Estas legiones llevaban mucho tiempo en el exilio, gran parte de sus veteranos se dedicaban al pillaje y era difícil apelar a un honor que había sido mancillado. Las legiones eran indisciplinadas y duras de someter. Se requería de un hombre probado en batalla, jamás derrotado y con mucho valor y ambición de gloria para sacarlos del fango y llevarlos a pelear con el ejército más temible de la historia, el de Aníbal.
«Su hijo había muerto. Era un mal día. Era el peor de los días, pero él era el prínceps senatus y Roma era lo único que podía dar sentido a su existencia. En consecuencia, debía aplicarse a la tarea con más esmero que nunca.»
También tenemos el teatro romano y esos entremeses que nos brinda el hilo narrativo de Tito Macio Plauto. En la anterior entrega pasó de tramoyero a comerciante, de comerciante a soldado, de soldado a mendigo, y de mendigo a escritor. Sus sátiras tuvieron una buena recepción de Publio Cornelio Escipión, quien apoyó desde su posición a este escritor. También aparecen otros contemporáneos de las letras romanas como Nevio, Ennio y Livio Andrónico. Ellos ayudaron a darnos una mejor idea de la sociedad romana y sus costumbres.

La derrota de Aníbal y, por consiguiente, la capitulación de Cartago, hacen sentir que la historia está llegando a su final. Es cierto que Aníbal todavía está vivo y que hay otras naciones que ven en Roma un peligro y trofeo, pero sin los ejércitos cartagineses con sus aliados celtíberos y las alianzas con los númidas, Aníbal no puede llegar muy lejos. También debemos sumar a este final que el mayor oponente político y enemigo acérrimo de la familia de Escipión, Quinto Fabio Máximo, fallece. Este hombre podría haber sido un enemigo de Escipión, pero su causa parecía justa, pues lo único que buscaba era que Roma no perdiera su estatus de República y que ningún hombre se elevara por encima de todos. Lo cual era contradictorio cuando él mismo se presentaba como el hombre más importante, sabio y salvador de roma. Nos queda su heredero político: Marco Porcio Catón, que había sido poco más que una sombra y estorbo, apenas un aprendiz, inteligente y taimado, pero incomparable al maestro. 

Ya para concluir este post dejo algunas frases que cita Posteguillo durante su narración: 
«No se puede saber de lo que cada uno es capaz si no se pone a prueba.» Publilius Syrus
«Por cuanto que cualquier hombre merece el premio que sus obras merecen.» Nevio
«Con frecuencia se frustra aquella decisión bien tomada cuando se ha elegido con poca cautela el lugar donde hablar.»  Miles Gloriosus del esclavo Palestrión de Plauto

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